Lo dijimos varias veces, y acá va de nuevo: en un año en el que el Bafici ha tenido algunas visitas de trascendencia –como los jurados Serge Bozon y David Zellner, misteriosamente desatendidos por público y prensa-, la presencia de Frank Henenlotter es la más destacable de todas. En su breve pero intensa filmografía, celebrada por la saga Basket Case, esa que lo ubicó en el estrellato del submundo de culto, hay dos películas que le sacan varios cuerpos a las demás: Frankenhooker y Brain Damage, o Sin controlcomo se llamó en VHS por estos lares. Para muchos, las películas de este director, de una fuerte voz personal, pueden ser obras menores, lejanas a lo docto, lo correcto o lo aplaudible. Para otros, por suerte, son necesarias, vitales, esenciales.
Sin lugar a duda, una de las películas más inteligentes de un director que tiene mucho más para ofrecer que los méritos que suelen endilgársele, Brain Damage puede ser apreciada por un subtexto de inevitable notoriedad. “Es sobre drogas” se resignó a aclarar antes de cualquier pregunta el propio director, evidenciando lo cansado que debe estar de que pregunten una obviedad: pocas dudas quedan al ver como su protagonista se vuelve adicto a ese azulado líquido que le provee el fálico Aylmer (o Elmer), su propio parásito cerebral. Afecto a los cerebros humanos, esos órganos que a su vez estimula, Elmer será quien posea a su desolado anfitrión, en un raid de asesinatos ultra-B, siempre por el lado bajomundero de la vida: esas calles neoyorquinas que hieden a cines porno, librerías de segunda mano, sexo barato y falta de seguridad. Detrás de todo, hay personajes solitarios en busca de algo que mitigue su propia miseria, ya sea el alcohol de algún triste homeless, o la necesidad de esos chutes elmerianos del matrimonio de vejetes que solían alojar al parásito cantor, ese de irresistible sonrisa sinatreana.
El alucinógeno elixir que produce Elmer, maldito líquido que no tarda en dejar de ser una alegre novedad para transformarse en insomne pesadilla, será una analogía de la cocaína que el propio director dejó atrás, años antes de encarar este proyecto. Sin embargo, el lado serio del asunto no alcanza para restarle la rabiosa diversión a una de las películas de culto más secretas y estimulantes de todos los tiempos. Brain Damage es pura alegría y felicidad B, presentada por Henenlotter como su preferida, junto a la irregular Bad Biology (su película más reciente, quizás por eso una favorita). No es casual.
Por su lado, asumidamente B, Frankenhooker celebra su propia naturaleza, sin regodearse en su bajo presupuesto. Al contrario, Henenlotter encara su película como pocos se animan, utilizando todos los elementos del exploitation al extremo, empezando por ese título que mezcla monstruos y prostitución, embardunando la fórmula sagrada con mucho sexo, algunas drogas y bastante rock and roll. Frankenputa (título español) es una película tan alegremente desfachatada que sólo puede compararse con experiencias como Mal gusto (Bad Taste) y Muertos de risa (Braindead), ambas de Peter Jackson, la primera entrega de El Vengador Tóxico (The Toxic Avenger), de Lloyd Kauffman y Michael Herz y los mejores momentos del John Waters más juguetón: original, ponzoñosa, atrevida y con muchas advertencias para impresionables y pacatos, al igual que Brain Damage.
La fabula del científico loco que reconstruye a su novia con fragmentos de prostitutas, lleva su consigna al extremo del ridículo, festejando la irresponsabilidad de un guión que no deja nada en el camino, desde un ciclópeo cerebro como mascota a un cafishio y sus trabajadoras sexuales, alguna estrella porno en la «vida real». Aquí todo es diversión, alegría, amor por una forma de ver y entender el cine que, desgraciadamente, no muchos directores profesan. Por suerte, Henenlotter estuvo presente, rescatado por un festival que hace tiempo que desatiende (por ignorancia, desinterés o torpeza) al público de medianoche que solía estar muy presente en sus salas. Ojalá esto sea el comienzo de una reconciliación…