Escribo esto antes que termine el festival. Ahora, mientras subo el texto, ya pasaron varios días, los premios fueron entregados y todas esas cosas. Incluso yo me encuentro en otra ciudad, preparándome para otro festival. Hechas las aclaraciones, volvamos atrás en el tiempo.
Ya pasaron varios días. Los recuerdos se mezclan y las películas se me cruzan. Así también como los hechos de la vida diaria. Recuerdo que me perdí yendo a mi primera función, que gracias a eso encontré una casa con un cartel que decía ¨Home is where my books are” y también que fuimos al supermercado a comprar comida para todo el festival, llenamos un changuito y, para nuestra alegría, solo nos gastamos 24 euros. Durante los días parisinos me hice el siguiente cuestionamiento (espero no tener ningún lector economista): con cuatro monedas de la más alta denominación (2 euros), uno puede ir a la Cinematheque y tomarse un cafecito. Pienso en qué cosas puedo hacer en mi lejana tierra con cuatro monedas de dos pesos y son pocas las opciones que se me ocurren, más aún, dejando lado las groserías. Aprovechemos, entonces, que estamos en los terrenos de la realidad y ocupémonos de algunos documentales vistos hasta ahora. Aunque los documentales, lo sabemos, cada vez tratan menos sobre la realidad y ya se han transformado, simplemente, en otro género cinematográfico. Dicho correctamente: en otra forma de la ficción. Como aquel tren llegando a una estación, etc.
En Le paradis, Alain Cavalier continua con una línea de su trabajo que utiliza los recuerdos personales, las grabaciones hogareñas y una necesidad de retratar lo más cercano de una manera inmediata. Utilizando pequeñas cámara de videos, juguetes, textos dichos por el director en un tono muy particular (actuados), mas una bella señorita que recita textos y con quien mantiene un dialogo (una especie de ping pong de asociación libre). Cavalier parece querer dar cuenta de un pequeño paraíso a través de imágenes a veces inconexas, otras que siguen la historia de un pajarito muerto y el lugar en donde fue enterrado, y otras, las más, que parecen tener una conexión poética en la mente de su autor. Es una obra tan personal que por momentos parece difícil, no de entender, sino de asociar los diferentes textos y posibles lecturas. Al terminar de verla, uno siente que acaba de presenciar algo infinitamente único, pequeño, personal y también algo ñoño. Es, sin dudas, el tipo de diarios personales en los que Truffaut intuía, se terminaría transformando el cine. Algo que, obviamente, nunca ocurrió. Pienso en la fragilidad de la película, pero también sé (lo indican los títulos del principio) que la producción del largo es de la empresa Pathé, dueños también del cine donde se proyecta aquí en Rotterfam (Pathé Schouwburgplein) y de una de las cadenas más grandes de cine en toda Europa (junto a Gaumont). Uno de los productores es Michael Seydoux y no es otro que el tatarabuelo (o algo así) de Léa Seydoux, me cuentan mis amigos franceses. Una vez más, el pantanoso terreno de los artistas y el dinero. Sé que mientras avanzaba la película presencie breves momentos de belleza (gracias Mekas), pero no estoy seguro de qué es exactamente lo que vi.
También fueron preguntas lo que nos dejó Cábala caníbal. ¿Me podes explicar después?, fue la pregunta que me hizo la persona con quien vi este documental de Daniel Villamediana. El director estuvo presente antes y después de la proyección junto a su productor, el histórico Luis Miñarro. (Días después se anunciaría el cierre de su productora Eddie Saeta). Cábala… se mueve en terrenos familiares a ciertos documentales españoles (disculpas por generalizar, pienso en La casa Emak Bakia), que parecen funcionar a partir de la acumulación de imágenes e ideas, siempre hilvanadas con algún trasfondo histórico-literario. Trabajos que parecen moverse entre lo cerebral y lo poético, entre la instalación museística y el cine, pero más parecen responder a obsesiones (y a veces caprichos) de sus autores. También pienso en la diferenciación sobre la que alguna vez escribió Emmanuel Burdeau entre el plano y la imagen. Temas que superan la humildad de estos rápidos apuntes. De todas maneras, seguramente volveremos sobre esta película si, como todo indica, es estrenada en nuestro festival porteño.
Otro título, esta vez una ficción, que mantiene contactos con el documental es Stranded in Canton. Aquí las cosas son más simples. Stranded... más allá de todo, responde a varias constantes del mundo festivalero. Ficción con aires de documental (o viceversa), actores no profesionales (lo que sea que esto signifique ahora) y apoyo de fundaciones y/o festivales (CPH:DOX). En Stranded in Canton (titulo robado al mítico William J. Eggleston) se cuenta la historia de Lebrun, un congoleño estancado en Cantón a raíz del demorado cargamento con remeras que mandó a hacer (debían ser vendidas durante la campaña política en su país) pero que, finalmente, llegaron muy tarde, una vez que el presidente ya había ganado. La solución de Lebrun es, primero, esperar que cambie la constitución y así poder vender las remeras durante una nueva campaña del presidente, y más tarde, al notar lo descabellado del plan, vender dichas remeras (con algunos cambios, obviamente) a la oposición. A pesar de lo absurdo y delirante de la historia (con aires a Los guantes mágicos en su trama), la película es seca, triste y sin atributos; como su protagonista.
El catalogo del festival dice que su director, Mans Mansson, es artista; asumo que «artista visual», y es ahí, en sus momentos más «artísticos» en donde la película cae en sus peores vicios. Como dato curioso podemos decir que se escucha el All night long (All night) de Lionel Richie y para sorpresa de este cronista, no será la única película que utilice la voz de Lionel.
Pocos días después me cruzo con Martín Rejtman, quien viene a presentar Dos disparos. En el mismo momento que lo veo, se acerca para despedirse el también director y amigo Jang Kun-Jae (Sleepless night) presente aquí para el estreno europeo de A midsummer´s fantasia; pero de él, su película y su hermosa familia, hablaremos más tarde. Le cuento a Rejtman que acabo de verlo en la pantalla grande, el se sorprende y después se da cuenta de que le estoy hablando. Me pregunta si salió bien y le digo que sí. La película en cuestión, en la que hacen una inesperada (y un tanto inexplicable) aparición tres directores argentinos, se llama Flowers of Taipei – Taiwan New Cinema y su título es lo bastante explícito como para contarles sobre qué trata.
Los documentales sobre cineastas o algún momento particular del cine, crecieron en número junto a la aparición de los festivales. En la mayoría de los casos suelen ser meros objetos didácticos o publicitarios y si bien desde lo cinematográfico, obviamente, suelen estar por debajo de la figura (o momento) que retratan, siempre son lo suficientemente entretenidos e informativos si uno tiene interés en el personaje. En los festivales estas películas suelen servir como un bálsamo después de una mala racha de películas nuevas (casi siempre de alguna sección competitiva) o “premieres mundiales” que a nadie le interesan. Flowers of Taipei cuenta un gran momento en la historia del cine, el nacimiento y desaparición del llamado Nuevo cine de Taiwán. La forma que elige el documental es la de los talking heads, pero lo hace tratando de evitar al máximo los típicos reportajes frente a la cámara, entonces, cada vez que aparece algún personaje, siempre hay una pequeña puesta en escena previa a sus opiniones o comentarios. El gran mérito de la película y su directora es haber logrado la participación de casi todos los directores asiáticos de relevancia (muchos en verdad, por nombrar solo algunos: Stanley Kwan, Jia Zhangke, Apichatpong Weerasetahkul, Tsai Ming-liang), así también como las palabras de gente como Marco Müller, Olivier Assayas, J.M.Frodon y Tony Rayns. Los momentos discutibles de la película son dos, uno de ellos ocurre luego de que Tony Rayns (con quien charlamos e invitamos también a Mardelfest) dice que aquel nuevo cine de Taiwán tuvo ramificaciones en los lugares más inesperados del mundo. Por arte del montaje, la escena se traslada a Argentina, a la esquina de un bar palermitano para ser más precisos, en donde sentados en una mesa se encuentran el mencionado Rejtman, junto a los también directores Jazmín Lopez (Leones) y, Gerardo Naumann (Ricardo Bär) que llega en bicicleta. Rejtman cuenta que creció viendo las películas de Hou Hsiao Hsien cuando vivía en New York, Naumann muestra los programas de la Lugones (cuenta que guarda todos los programas de lo que ve, ya sea cine o teatro) cuando esas películas se vieron en conjunto en el país y Lopez dice que ella, al contrario que Rejtman, conoció ese cine “complejo, lento y distinto”, todo junto. Al ver esta escena, con todo respeto, no entendí la inclusión de estos directores. Pensé en por qué no se incluyó a Luciano Monteagudo, responsable de la programación de la sala Lugones. Pero sobre todo me llamó la atención la extraña idea de que el cine de Taiwan haya tenido una influencia en el cine argentino, nuevo o viejo. (Si es por influencias del cine asiático, Sergio Wolf tiene una teoría -o sospecha- que relaciona a Rejtman con Hong Sang soo). También pienso en Fantasma de Lisandro Alonso y en Goodbye, Dragon Inn, de Tsai Ming Liang, guardando y respetando todas las distancias posibles. Pero es el mismo Tsai quien se desmarca categóricamente, durante el documental, de ese movimiento. Al ver el nombre de la directora: Chinlin Hsieh, recuerdo su paso como jurado del BAFICI, en donde discutió públicamente con Quintín, quien le sacó en cara haber premiado Leones por sobre Viola, de Matías Piñeiro. El otro momento extraño de la película es la aparición de Hou Hsiao Hsien. Después de decenas de declaraciones, aparece el más grande representante de aquel movimiento (el otro sería el finado Edward Yang) quien sólo dice dos frases y la película termina. (Sobre los créditos se ve la maravillosa escena de las motos de Goodbye south, goodbye). Durante todo el documental sobrevuelan las figuras de Yang y HHH y en el preciso momento en el que este último hace su aparición, cuando estamos listos para escucharlo y nos explique qué fue en realidad todo aquello, la película se termina. Durante el Q & A, no tardó en llegar la pregunta sobre el por qué de la breve participación de HHH, la respuesta de la directora fue que en ese momento estaba muy ocupado con retomas de su nueva película (The Assasin, dicen que será estrenada en Cannes), que lo que había dicho era mayormente inconexo y que les costó mucho editar lo que finalmente quedó.
El documental en cuestión viene acompañado con un ciclo, curado por la directora, bajo el título Made in Taiwán. La manera más fácil de darse cuenta de la importancia del llamado nuevo cine de Taiwán, es viendo las películas que lo representaron. Ver hoy The boys from Fengkuei, The Terrorizers o Dust in the wind, no sólo demuestra que a esas películas no les pasó el tiempo, sino que sus directores vieron el futuro del cine e hicieron películas al respecto. En una escena del documental discuten Wang Bing (presente en el festival) con otro director chino, el cual no logro recordar el nombre. Bing habla de la importancia de aquel cine y el otro director le lleva la contra, le habla de la Quinta Generación de cineastas chinos, ante lo cual Bing responde que en esas películas de Zhang Yimou o Chen Kaige no hay nada para ver excepto personajes y guiones, y que el nuevo cine de Taiwán había logrado algo único, que la vida se haga presente a través del cine. No hay motivos para volver a ver cosas como Sorgo rojo o Adiós a mi concubina. En cambio, ver hoy A city of sadness, es darse cuenta de la grandeza a la que, en un tiempo, el cine quiso y supo aspirar.
Me despido recomendándoles la lectura del texto que escribió Olivier Assayas, llamado acertadamente: Tiempo moderno, poco después de la muerte de Edward Yang, y que pueden encontrar en el libro editado por el festival de Mar del Plata en la última edición: Film Comment, una antología.
Escribí demasiado, estos asiáticos me pueden, me despido hasta la próxima.
Marcelo Alderete
Fotos: Luna
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