Que se yo que estaba haciendo el 13 de marzo de 1995. Lo que sé es que un año después estaba como loco escuchando en repeat “The Bends” de Radiohead. Y dos años después también, mientras esperaba que llegara “OK Computer”. Cuanto que duraban los discos en los 90s y como me aprendía cada sonido que pasaba por mis auriculares. Detrás de esa tapa tosca con el nombre de la banda bien grande hay 12 canciones de las que llegué a conocer de memoria hasta la duración de los silencios entre ellas.
Entre las eléctricas que chorrean distorsión y las acústicas árticas estuve hecho un tiempo largo. El que canta, uno tan angustiado como uno, tiraba frases cancheras como “él le hacía cirugías plásticas a las chicas en los 80s” o de angustia pre Y2K como ese “echale la culpa al satélite que me está transmitiendo a casa”. En el culo del mundo donde vivía esas cosas pegaban más.
Nunca me cansé de “The Bends” (debe haber como mucho cinco discos que nunca me cansaron). Nunca se rayó, ni por el roce del discman, ni por andar suelto en la mochila. En los últimos años la pasó mejor, sobre todo después de que se mudara a vivir un tiempo a la guantera de mi primer auto.
El flagelo de los discos que cumplen años, igual que uno, que por el tiempo que dura un estribillo imagina que todo vuelve a estar como cuando descubría esas canciones.