No vi El hombre robado, el elogiado primer film de Matías Piñeyro (clase ¡82!). Pero vi recién el segundo, donde aparentemente continúa con las obsesiones del primero: la historia argentina cruzada con las volátiles relaciones amorosas. Como esos libros berretas que hablan de los romances de los próceres, pero a la inversa, en negativo.
La privada fue a sala rebalsante a las 10.15 del sábado. Estaban todos los que hablaron maravillas de la primera, gente como Rafael Filipelli, esa línea. Película muy hablada pero también con mucho subtexto teórico. Película nacida para ser analizada en revistas académicas. Para que le guste a Alan Pauls. Pero también, a pesar de todo eso, película interesante y hasta divertida. Y todo por dos pesos, parece.
Es así: hay cuatro chicas y tres chicos (si cabe llamarlos chicos a gente contemporánea al director) metidos en una casaquinta. Son todos jóvenes. Las chicas son todas lindas y misteriosas, y saben o creen saber mucho más que los chicos, que son todos boludones que no cazan una. Las chicas los llevan de las narices. Cada una parece seguir su propio plan, todos con todos, todos contra todos; ya se dijo, todos mienten. La que parece llevar la batuta se dice tataranieta de Sarmiento. Son cuatro chicas y tres chicos y falta el cuarto chico, el ausente, que se llama Joaquín Martín de Rosas y es artisssssta. Pinta en bermellón, el color de la familia.
Los actores (pero sobre todo las actrices) son todos buenos y venidos del teatro. De lo mejorcito de la generación que parió el Abasto: Romina Paula, Pilar Gamboa. El teatro de los últimos años se cuelta también en detalles entre absurdos e inquietantes, como si Spregelburd o Daulte o Lola Arias hubieran metido la cola.
Se va a hablar de esta película. Y está bien.

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