Crónica de una decepción. ¡Qué ganas le teníamos a este documental! El título era más que promisorio. Y sin embargo, no alcanzó los objetivos. ¿Cómo puede ser?
Un restaurant con sitio para 5000 clientes, con 1000 empleados, que faena cientos de pollos, patos y cerdos por día, tenía que tener algo más importante para contar que el romance entre la dueña y su chofer, hoy su marido. La peli es tan complaciente que de a ratos parece un documental institucional, pagado por la dueña del sitio.
De todas maneras, tiene sus perlitas. Toda la parte de la instrucción a los empleados no tiene desperdicio; como son literalmente un batallón, los dividen en grupos y les dan charlas motivadoras, donde se cantan cosas como «¿cuál es nuestro lema? ¡trabajar en equipo!», y así. Los empleados viven ahí mismo, en un dormitorio frente al restaurant, y todas las mañanas se forman como alumnos de escuela y cantan el himno comunista, dirigidos por la dueña del sitio, que se hace llamar Presidenta.
También es interesante cuando ella explica su éxito en el contexto sociohistórico. En los años 60, 70, 80, había hambre, y la gente sólo quería llenar su estómago, dice; pero ahora, que hay mejor calidad de vida, cada hombre es un emperador y hay que sorprenderlo constantemente. Esto lo toma al pie de la letra: en una de las salas del complejo se sirve lo que se llama «el banquete del emperador», donde la puesta en escena es tan importante como la comida. Y, entre otras cosas, en los agasajos les enseña a sus clientes cómo funcionan las celebraciones tradicionales chinas. Es decir: esas tradiciones están tan vigentes como la doma en Buenos Aires.
Aún esforzándose poco, este documental sorprende. Pero daba para tanto más…

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