Txt: Jota Pérez – Fotos: Luciana Burgos.
Una de las razones para insistir todavía en ir a ver bandas en vivo después de tantos años de pogo, humo, empujones y otras delicias de la vida recitalera es las ganas de escapar de la rutina. El problema es cuando los shows se convierten en algo predecible y todos los trucos del cantante y del guitar hero y los vaivenes del setlist los ves venir apenas se apagan las luces. Por inercia o comodidad se aplauden y uno termina cantando temas que son parte de tu historia, que te llevan de viaje por tu memoria a un lugar que siempre se ve más cálido. Un disco viejo y querido siempre es un gran refugio, no importa si estabas hecho mierda cuando lo hacías sonar en repeat. Un show de tu banda favorita de hace 10 o 20 años no tiene más riesgos que el de enfrentarse a un recuerdo y es dudoso que modifique algo de tu presente salvo que termines diciendo “¡¿Qué hago todavía escuchando estas boludeces?!”.
Con Arcade Fire no tenía muchos recuerdos que enfrentar: escenas pequeñas rescatadas de un par de años vividos en Chacarita, un viaje a New York en la época en la que todavía no había feriados puente, haberlos usado para musicalizar algo antes que nadie en la tv local y principalmente un show visto en streaming. A mediados de 2010 presentaron “The Suburbs” con un gran recital en el Madison Square Garden y desde mi sillón favorito, con una copa de vino al lado y un cable RCA conectado desde la laptop al equipo de música viví un gran momento. Esa noche compartí el show con los amigos de la web que justo estaban conectados y nos contamos via tuiter nuestros recuerdos de “Funeral”, cómo nos había llegado, como nos enamoramos del disco y nos quedamos a pasar horas y horas en él.
A “Funeral” lo compré a los pocos meses de editado y a «Black Mirror» en la semana de su edición mundial. Al tercero ni lo compré, pero llegué a backupearlo y anda por ahí, seguro apilado en un sobre blanco en una caja de zapatillas. El cuarto y último -salvo un par de canciones- no llegó nunca a una tercera escucha y sucumbió ante un shift delete mortal. La megaexposición de la banda, los teasers y previews de la nada misma que iban lanzando ya me habían agotado. Sabía que Arcade Fire ya no era lo mismo que en el 2005/2006 escuchaba bastante, pero igual quería verlos en vivo.
Empezaron sonando desinflados ¿para esto hay tanta gente ahí arriba?. El chiste del comienzo con Julian Casablancas y otros drogones con las cabezotas de papel maché ya había pasado y estaban los Arcade Fire reales tocando “Normal Person”, pero los parlantes parecían pinchados. De a poco lo corrigieron, subieron el volumen, lo equalizaron, ajustaron brillo y contraste, les pegaron los estimulantes, algo pasó y la banda que estaba sobre el escenario empezó a armar una fiesta. Terminó siendo un show para bailar en pantuflas sobre losa radiante. Cómodos y relajados, pero esta noche había papel picado y fuegos artificiales como ingredientes extras. ¿Cuándo cambiaron la épica por el hedonismo? Aunque siguen queriendo ser héroes, por suerte más cerca de Bowie que de Bono, aunque se desvivan por cultivar una pose artie, la mano que les dio James Murphy les sumó una búsqueda de la euforia que en vivo les queda muy bien. Le deben prender una vela al creador de LCD Soundsystem todos los sábados a la noche. Alguna de las canciones del repertorio viejo se adaptaron a esta nueva búsqueda y por ejemplo a “Neighborhood #1 (Tunnels)” la escuchamos en versión pop dark a lo The Cure. En el final, “Wake Up” por suerte sonó como tenía que sonar -como quería escucharla en vivo desde hace casi 10 años- y me dejó su coro en loop por horas. Antes de eso “Here Comes The Night Time” fue larga y festiva, daban ganas de estar disfrazado, respetando el dress code de casamiento medio freak medio formal que viste y exige la banda.
Si siguen así, la próxima vez que vengan voy con un saco bordó con luces de navidad incrustadas.