Al atardecer me fui al fondo del muelle donde estaban los pescadores. Como ellos, inmóviles frente al mar, me quedé a ver si pescaba una idea. Me dejé contagiar por su paciencia. De camino me crucé al dueño de la taberna. Parloteamos un rato y me dijo que se llamaba Sócrates y aclaró, como el jugador de fútbol. True story. Y me preguntó si me acordaba, de Sócrates, claro. El novelista favorito de nuestro presidente. Después me dijo que para él, Ardiles había sido mejor que Maradona y Messi. Me quedé en silencio como si me hubiera dado a elegir entre Platón y Aristóteles. Hay un color que inunda todo. Púrpura, borravino. En verdad no se la diferencia entre uno y otro. Enfrente, en el continente, las montañas desaparecieron y la ciudad de Kavala es un resplandor. Hoy a la mañana fui hasta el otro pueblo y le compré un regalo a New Mayra. Suspiro. El problema con Buenos Aires es que estamos todos amontonados. Por más cómodo que sea tu departamento o PH. Las ideas, los colores y los pensamientos están todos mezclados e impiden pensar con claridad. Salta un pez. Una remera con delfines le compré. Como los delfines rosas de Iquitos en el Amazonas del año pasado (en verdad ahora ya son dos años). Pero estos son delfines griegos. Ella dice que el nuestro es el encuentro improbable de un delfín y un jaguar. Freud en algún lado hablaba del encuentro improbable de la ballena y un oso polar. O un lobo; no me acuerdo bien. Están cerca y lejos al mismo tiempo. No es tan improbable el del jaguar y el delfín, más vale es un cruce de mundos. La superficie del agua y la profundidad de la selva. El griego me suena a portugués. Es dulce. Me sorprendió. Aunque me lleva tiempo puedo leer las palabras y eso me hace creer que entiendo aunque no se qué significan. Es una linda sensación. En una vida que parece pasada leí el discurso de Diótima acerca del amor en griego. Fue como hacer cumbre en una montaña; un acontecimiento que se acaba en sí mismo. Después el lento descenso, el olvido y las imágenes que se mezclan con los sueños, los viajes, las cosas leídas y las películas.

Comprender aunque sea por un instante un idioma extraño es como taparse con una frazada caliente en medio de la noche. Primero está el fresco que despierta. Entre sueños mientras me cubría y volvía a dormirme pensé que la ropa técnica que últimamente estoy usando para poder andar a la intemperie con la bicicleta me aleja de mi propio cuerpo. En verdad era la vuelta de una imagen que tuve en Uruguay en la última toma de ayahuasca y en la que – contra lo aconsejado – me llevé una campera de gore tex. Me ví y sentí como un astronauta cantando canciones de Daft Punk. Dejé a los pescadores y, como el resto del pueblo, me dirigí al gran espectáculo de la jornada, la llegada del ferry. Lo hice de manera natural, como si fuera lo que había que hacer. El ferry se acerca al pontón con la plataforma de desembarque ya preparada y enseguida toda la gente baja caminando. Después de a poco los vehículos. Nosotros allí mirando. Las vestimentas coloridas, las caras de alegría por reconocer al que viene a buscarlos o la de desconcierto de algún turista perdido. Entre los que miraban estaba Sócrates y el tipo con boina que me llevó a mi hotel el día que llegué. De la quinta de Leloir recuerdo especialmente el sentimiento inverso. Salir del calor de las cobijas y encontrarme con el aire frío de la casa en las mañanas cuando había helado. Me encantaba ese shock del que Carolina protestaba aunque siempre algo risueña y contenta de estar ahí. Fueron nuestros años felices. Sabía que con el frío venía también un abrazo. Para llegar al baño había que cruzar la sala y en el camino aprovechaba para ver si quedaba alguna brasa en la salamandra para volver a encender el fuego. Hacía tanto frío que se podía ver la respiración. Las cosas acá pasan de a una. Ayer en uno de los cafés había una mesa concurrida y vi como se levantaba una rubia platinada de vestido largo que caminaba despacio rumbo a su Mercedes Benz. Me hizo acordar a la prima italiana de mi viejo la primera vez que la vi. Parecía una estrella de cine aunque después supe que era empleada de banco.

Un par de días atrás desperté en Bulgaria en las montañas y terminé el día en Grecia frente al mar en uno de esos lugares que hacen suspirar. Soy el único en el hotel y la señora es masiva. El primer día me trajo torta de manzana y el segundo uvas. Felicidad. El último disco de Dinosaur Jr. es realmente bueno. Unos días atrás Cesar me envió un mensaje cifrado vía mail. Un link a un disco de country/blues excelente de un veterano del que jamás había escuchado el nombre. Bob Weir. Estoy seguro que Cesar lo escuchó por la portada con un retrato de un canoso y barbudo con esos rostros de mil batallas. La última canción me lo dice todo: ¨Queda un río más por cruzar´. Así cierra un disco excelente llamado Blue Mountain. Que empieza con esta otra canción: ¨Solo un río¨ y este estribillo: only a river gonna make things right. Lo escucho y sonrío solo en el balcón. Debería saber que Bob fue uno de los fundadores de Grateful Dead junto a Jerry García. Las cosas nos llegan cuando nos llegan. Bajé desde el Norte de Europa cruzando ríos o andando por sus riberas. El Elba (un cartel en un puente dice que hasta 1989 este río separaba el Oeste del Este, otro habla de que el Elba detuvo las campañas de Napoleón), el Havel, donde vi un castor, y por último el Danubio: Hungría, Serbia, Croacia, Rumania y Bulgaria. Crucé puentes y tomé otros ferrys. Entrando a Bulgaria, en uno de los ferrys que cruzaba el Danubio dos camioneros hablaban desde las cabinas fumando y se hacían chistes. Uno trató de hablar conmigo pero fue en vano. He visto muchas montañas azules también. A la distancia las montañas distantes toman ese color, en especial al atardecer, aunque también con el resplandor del mediodía.

Hacia un lado los olivos, las vides y las montañas; hacía el otro el mar que llega a la vereda.

Volvimos cansados , relajados y contentos de la cervecería que queda sobre la ruta. Hacía mucho frío y la nieve brillaba con la luz de la luna. Al llegar nos metimos casi de inmediato a la cama y caímos muertos. Como casi todas las noches me desperté en la madrugada. La vida es buena cuando empiezan a mezclarse las horas. Soñé con Piglia otra vez de quien vengo leyendo sus diarios y conferencias. Piglia y Damián. Estábamos en la casa de Damián. Todavía me daba vuelta un coloquio que leí donde las preguntas de nuestros intelectuales me sacaban de quicio. Que se hagan dar por culo. Piglia con gentileza siempre opinaba lo contrario y se los hacía saber. Pero no llegaba a confrontar. Leo también los diarios de Knausgaard y aparecen destellos geniales. Dice que le encanta la ciudad por la riqueza de rostros desconocidos que no dejan de aparecer. Eso que da miedo a la mayoría de las personas. Leí por un rato y me acordé que quedó la ropa en el lavarropas. En el silencio de la noche me levanté a colgarla en el tendedero dentro del living. Todavía hay nieve alrededor lo que hace al silencio más profundo aún. Caminé descalzo sobre el piso frío pero no me importó. Por el contrario, una sensación de alegría y una leve euforia. Recordé también que durante el sueño comencé a hacer cálculos sobre la maratón de Buenos Aires a la que pienso inscribirme y a la que pienso llegar después de un plan. Creo que hoy mismo podría mejorar mi tiempo de 3,27. Si incluso cumplo con mi plan de entrenamiento creo que debería mejorarlo bastante. Soy optimista. Nada produce más bienestar que tener un plan y cumplirlo. Incluso si no se logran los resultados deseados. Una vez tuve un plan para escribir una novela que resultó tan ilegible que yo mismo me aburría al tratar de corregirla. Pero es una buena historia para contar. Como uno que puso un negocio y le fue mal. En la noche también cierro los ojos y veo figuras extrañas. Esas cosas de las que no hablo con nadie salvo Néstor. Un poco como si pudiera ver mis estados de ánimo. Ahora voy saliendo del invierno. Lo veo. aunque los días estén cada vez más fríos. Pero son también cada día unos minutos más largos. En mayo, cuando me iba adentrando en el frío mi ánimo era muy distinto. Es tan obvio. Tengo un plan de evacuación también. Voy a cruzar en la bicicleta hasta el Atlántico por la meseta, voy a llegar al borde sur de la provincia de Buenos Aires dejando atrás la Patagonia. Una campaña al desierto al revés. En el otoño llegué hasta el Pacífico; en la primavera voy a llegar al otro océano. Soy libra y me gustan las simetrías. El viaje por Europa quedó tan atrás. Pronto va a ser cubierto por las memorias de este nuevo año. Pienso estar un mes en Buenos Aires para prepararme para la maratón, ordenar Boedo y disfrutar el sol en la terraza. Le dije a Estela que necesitaba recuperar la biblioteca y mi habitación y fue como si le hubiera clavado un puñal. Como siempre había visto todo pero lo negué. En la oscuridad de la madrugada escribí algunos pensamientos. Es un comienzo. Si me dieran mil años escribiría un par de novelas más. Imagino que todo el mundo se convertiría en escritor si nos dieran ese tiempo. Sería también piloto de avión y quizás biólogo marino. Eso.

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