Terminé leyendo La Broma Infinita en la pantalla del televisor. Desde el inicio hace ya varios años atrás pasé por el libro de papel de varios kilos que trasladé por varias locaciones, el e-book y ahora en lo que espero sea el sprint final sentado en una especie de taburete frente a una gran pantalla que Mayra compró para que sus hijos pudieran ver el mundial 2018. Fútbol, multitudes, todo tan de otra época. Llego a esta etapa final como al final de una ultra maratón. Hay que llegar, hay que terminar, no importa cómo. He pasado por todos los estados desde la euforia a la desazón más amarga, el amor y el odio, pero estoy aquí y voy a cruzar la meta. La Broma Infinita es el Ulises de esta época. Espero fervientemente que así sea porque no creo que vaya a repetir la experiencia con Joyce del libro total (que se yo, la vida es larga).

7 de julio. Foster Wallace describe los sonidos del pasillo de los dormitorios de la academia de tenis. Podemos creer que está describiendo un hecho, pero en verdad lo que fascina a Wallace es el sonido de las palabras. Uno las puede escuchar reverberando en ese pasillo vacío. Como el plop de la pelota en el campo de tenis cuando es golpeada por los jugadores. Los ruidos que emiten los jugadores solitarios, los pequeños quejidos al impactar para acompañar el movimiento. Lo mismo cuando describe los ruidos que entran de la calle, las estelas de conversación, los pasos de alguien yendo y viniendo. El mundo como una televisión encendida que escuchamos en el otro cuarto.

Foster Wallace encuentra poesía en el lenguaje de los prospectos de remedios. Puede describir también el olor de los vestuarios del club y no solo, intenta reconocer (y lo hace de hecho) todas las sustancias que intervienen y puede enumerar el nombre comercial de cada una (además de los olores corporales diversos).

Foster Wallace es muy gracioso e inventa palabras y conceptos a cada paso.

En estos días:

My gift for bullshit
Buddha-as-California-surfer-dude
Corporate Rock
Visual Muzak
Cosmetic-psychology encounter thing

A Foster Wallace le gustan los sonidos y la palabras (ya lo dije creo) y le gusta inventar acrónimos (que puede hacer que lo queramos matar).
Mi favorito:
P.G.O.A.T. (Prettiest girl of all times). ¨La chica más linda de todos los tiempos¨. Solo comparable a «Mi novia legendaria» (Cf: Pavement)
Otro muy gracioso para llamar a un pibe de la academia de tenis: B.I.M (Big indestructible moron)

Está ventoso afuera. Es un invierno de viento. No sé si las personas lo notan. Se ve en la copas de los árboles, en las hojas que corren por las veredas.

En verdad fue de casualidad que el libro apareció en la pantalla del televisor y de golpe esas letras enormes contrastaron como el día y la noche con las letras minúsculas de la versión en papel que a esta altura le estaban exigiendo su vista y cerebro (como si fueran cosas distintas) de una manera muy cercana al límite de tolerancia. La computadora estaba conectada a la pantalla y escuchaba alguna música tranquila (Will Samson creo) y por alguna razón minimicé la ventana y allí apareció en el trasfondo el e-book en un tamaño esplendoroso hablándome directamente a mí. Así que se sentó (me senté) en una especie de taburete y mientras tomada un té me puse a leer de una forma ligera y placentera lo que sería el último cuarto del libro. El ataque final por así decirlo. Como en la carrera de San Martín de los Andes unos años atrás cuando había pasado la noche y empezaba a amanecer y todo se veía de otro color. Unos días atrás no comprendía absolutamente nada y ahora podía seguir la historia (de golpe se había materializado una historia) y entender los chistes y las pequeñas variaciones en el tono y lenguaje. Estas súbitas epifanías de comprensión (como las concomitantes epifanías negativas de incomprensión pura) no tenían una explicación lógica. Lo que si podía entender ahora (o más vale sentir) es que estaba contento y que tal vez todo este encierro iba a terminar algún día. Podía verlo.

Dos días atrás me levanté de madrugada y salí a correr. Las estrellas titilaban y el aire era muy frío. Cuando la luz empezó a aparecer vi los jardines blancos por la escarcha. No era estrictamente la madrugada, pero todavía no había amanecido y no se veía a nadie y lleno de energía corrí por las calles vacías hasta llegar a la autopista y ver comenzar el cielo ponerse rojo. Fue cuando cruzaba el puente que pensé lo siguiente: ¨El rock chabón es una construcción literaria como la poesía gauchesca¨ . Fue una especie de conclusión a un silogismo (a cualquier encadenamiento de frases tendemos a llamarlo un silogismo). Fue un pensamiento derivado en todo caso de este otro: ¨La Broma Infinita no es una novela de la consciencia absoluta como el Ulises. Es una descripción objetiva y actual de todos los sonidos del mundo en un instante dado¨. Más vale fue un recuerdo encadenado a otro lo que me llevó allí. Una descripción del mundo como puro lenguaje (y música). No hay nadie menos centrado en el flujo de la consciencia que Foster Wallace pensé. No hay nadie menos egoísta que Foster Wallace. Y eso lo diferencia de Joyce y del Ulises que por otra parte nunca leí. Y fue entonces que mi memoria me corrigió porque en efecto durante mi adolescencia participé en un taller literario donde el Rafa, un catalán enamorado de la bohemia argentina y la posibilidad de vivir dictando talleres literarios, nos leía en voz alta en el final de todos y cada uno de los encuentros fragmentos del Ulises (dándose así la posibilidad de leerlo él mismo ahora que lo pienso). Y entonces cuando recordé esa maravilla olvidada recordé también quiénes estábamos allí presentes y recordé que entre nosotros estaba quien sería una de las luminarias del futuro rock barrial todavía por inventarse o descubrirse. Entonces me di cuenta que el inventor (maléfico para muchos) de ese rock que le cantaba a un barrio inexistente en efecto conocía poco del barrio pero había escuchado a Joyce de adolescente y no solo. Había leído a Borges y a Kerouac y a Bukowski y a Henry Miller. Y entonces pensé que en efecto en esa época solo conocíamos el barrio de oídas y bastante menos incluso de lo que José Hernandez conocía a sus gauchos. Crucé el puente peatonal sobre la autopista que es una divisoria de mundos contento del recuerdo recuperado.

Hacia el final las mil páginas son una gran frase. Mil páginas de sostener las respiración hasta por fin haber dicho todo lo que se tenía para decir. Y después descansar.

PD: días después, continuando con la gran Broma Infinita, me hicieron notar que el peaje de la foto es el de la calle Martín Fierro.

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