(REPORTA DESDE CANNES, MARCELO ALDERETE, USUARIO DEL 20)
Ahora sí, comenzó el festival de Cannes. Las críticas sobre Moonrise Kingdom son variadas y poco entusiastas. Si los dioses canninos me acompañan en el momento en el que ustedes lean esto ya la habré visto y luego les voy a poder dar mi opinión al respecto. Mi corazón está, desde siempre, con Wes y sus personajes. Que Bill Murray y Bruce Willis sean parte del elenco, sólo puede ser algo bueno. Pero seamos pacientes y esperemos hasta mañana. El mañana mío, que sería el hoy de ustedes. O algo así.
El día de hoy fue otra jornada en la que mi verdadera actividad en el festival se niega a comenzar, si bien mis tareas, seguramente, darán sus frutos en el futuro. No hay que medir las bondades de un programador por la cantidad de películas buenas que ve, sino por la cantidad de películas buenas que logra que vea el público de su festival. Entonces, lo hecho durante el día de hoy sólo puede deparar buenas cosas para el festival en el que desempeño mi humilde oficio. Esperemos a ver que pasa. Como siempre, el tiempo dirá.
De todas maneras, y a pesar de la cantidad de trabajo y reuniones extra cinematográficas, pude ver una película en el bendito mercado. Y seguimos con los norteamericanos indies. Esta vez le tocó el turno a Hello, I Must Be Going, la nueva de Todd Louiso, aquel de Love Liza. Como suele pasar con este tipo de cine (repito: indie americano) es que, últimamente, no está del todo mal ni del todo bien. Si las películas de esta clase (y origen) tuvieron en algún momento cierto riesgo, eso hoy parece perdido. Son films que no superan la medianía de su realización. Como si la mediocridad de sus personajes se viera trasladada a su forma cinematográfica. Una especie de mainstream menor, borradores de películas.
Quizás los temas y el terreno que solían utilizar como materia prima estas películas hoy en día sea mejor utilizado por series televisivas, que incluso llevan las cosas más al límite. Pienso en Girls de Lena Dunham como el mejor ejemplo. Un tipo de cine que con el tiempo probablemente ocupará la grilla de trasnoche de cable para pasar luego a ser definitivamente olvidado. Pero dejemos de lado las penurias del viejo y querido cine indie USA, para pasar a las penurias personales. Que en verdad no lo son tanto.
Como les conté anteriormente mi hotel queda en la frontera de la ciudad de Cannes (¿es Cannes una ciudad?), lo cual me lleva a desplazarme diariamente en colectivo para poder acceder al centro neurálgico del festival, también conocido con el apenas pretencioso nombre de «Palais». Los colectivos que realizan este tramos son el 1 y el 2 pero todavía no utilicé ninguno ya que ambos a su número suelen agregarle una A y una B, y cuando eso sucede, sus recorridos cambian drásticamente.
Entonces mi elección es tomarme el 20 que, en su noble simpleza, es siempre el 20. Mi querido 20 (al cual podríamos comparar en mi lejana Argentina con el 17 cuyo recorrido siempre me sonó a lucha de clases: Wilde / Recoleta) tiene un grave problema y es lo salteado que son sus horarios. Por ejemplo, escribo esto en un bar y son las 23:45 y el próximo sale recién a la 1:15. Lo bueno: me deja en la puerta de mi soviético hotel. Pero lo verdaderamente importante de mi amada línea 20 es que, de alguna manera y a pesar de lo raro que suene decirlo desde este lugar y momento del mundo, me mantiene los pies sobre la tierra. Pocas cosas hacen sentir a uno que está trabajando como tener que esperar el colectivo y acomodar sus horarios en relación a su marcha, más allá de lo glamoroso de las tareas que uno esté desempeñando. Quiero decir, Olivier Père (los que no saben de quien hablo, googleen el nombre) no se toma el colectivo. También es cierto que yo no soy Olivier Père, pero eso es otro tema. Y me voy, porque el 20 ya está por salir.
En la cola, al lado mío espera el imitador oficial de Charles Chaplin, a quien se puede ver diariamente yendo y viniendo por la Croissete, sacándose fotos con los turistas y espectadores. Una vez arriba del colectivo, sentado al lado de él, me doy cuenta que, entre otras muchísimas cosas, me falta un saco blanco para ser yo mismo un imitador de Olivier Père y quizás en compañía del falso Chaplin ganarnos juntos la vida, recorriendo Cannes durante los días del festival. De entre todas mis pesadillas ésta, muy probablemente, no es de las peores pero sí es bastante mala. Seguro es la mezcla de cansancio y excitación que llevan a mi cabeza a divagar, así que mejor los dejo ya que lentamente empieza a mostrar sus cuadradas y poco agraciadas formas el Hotel Kyriad.
Se despide una vez más, desde la frontera misma de la ciudad de Cannes, y a bordo del maravilloso 20 (sí, acá se puede utilizar un I-Pad y/o cualquier otro adminículo electrónico en los transportes públicos sin correr ningún tipo de riesgo), quien les habla: Marcelo Alderete, working class film festival programmer.
M.A.