Nos metimos en la boca del lobo solitos como unos corderos jóvenes e inexpertos. No somos ni una cosa ni la otra. Ni jóvenes ni corderos. El soldado que nos dejó pasar primero y que nos detuvo después tenía una barba larga de leñador o hipster o pescador o, ahora descubríamos, de soldado noruego. En verdad en el otro viaje cuando llegamos a Groenlandia vimos un policía con la misma barba Bonnie Prince más una pipa. Era una barba roja, directo a True Detective 4. El asunto es que el soldado que nos dejó pasar cuando íbamos rumbo a la frontera sueca nos detuvo cuando volvimos. Y el asunto es que nunca habíamos entrado en Noruega de manera oficial porque, tratamos de explicarle: nadie nos preguntó nada cuando llegamos. Desde Noruega el resto del mundo era rojo. Como si el mapa lo hubiera pintado un anti comunista furioso. La página del gobierno de Noruega decía que los países coloreados asi no eran seguros y por ello no debían viajar todavía. Islandia y Groenlandia en amarillo, el resto del planeta en rojo. Le explicamos al soldado que en verdad habíamos estado navegando dos semanas hasta llegar y que por eso estábamos limpios. Bastante verdad en verdad. A nuestra manera cumplimos nuestro aislamiento social y preventivo. La mejor manera de no enfermarse es ir a dónde no hay gente. Habíamos llenado el barco de comida con ese propósito y habíamos navegado proa al Norte non stop. O solo para protegernos del viento y la lluvia que tuvimos en cantidad. Mucho más para evitar los precios de los supermercados que a la gente pero lo hicimos al fin. Para calcular los precios debería aplicar una formula matemática algo así como 2xº. Mejor no pensar. Escucho en repeate mode una canción de The last days of april: Incluso los buenos días son malos. True story. No me había dado cuenta. Trasladado a este paisaje de ensueño la canción dice así: incluso los buenos días llueve. También le quisimos decir al soldado que nos tomamos un esfuerzo enorme en llegar, que navegamos con viento fuerte de temporal y que estuvimos muy cerca de que las olas nos tiraran contra las piedras, que había hecho mucho frío. Le quisimos explicar todo eso. Estábamos en el auto de alquiler rumbo a la frontera porque estábamos llevando a Torsten y Florian hasta allí para que crucen a pie al otro lado y de allí un tren a Estocolmo y de allí de vuelta a Berlín. Ellos. Nosotros íbamos a usar unos días el auto viendo el país tierra adentro y regresar al barco. En verdad (digo mucho en verdad) hacía ya varios días que habíamos tocado tierra y de hecho habíamos hecho varias caminatas y aunque al principio teníamos un poco de miedo como si fuéramos colados en una fiesta nos fuimos dando cuenta que estaba todo bien y alquilamos el auto y la mar en coche. No esperábamos que veinte kilómetros antes de la frontera apareciera el soldado barbudo que nos dejó pasar y que, nos dimos cuenta enseguida, nos iba a preguntar de donde veníamos cuando regresáramos. Incluso en noruego se entendía el cartel: Check Point. Habíamos llegado tranquilamente con el barco desde Dinamarca y ahora nos poníamos en la situación idiota de tener que explicar viniendo desde Suecia cuando en verdad nunca habíamos salido. Los europeos han perdido la idea de lo que es una frontera y para mis amigos era una línea nada más. De hecho un poco más arriba hay un punto donde Noruega, Finlandia y Suecia se tocan y nos hubiera encantado llegar allí y saltar de un país al otro. Eran las 3 de la mañana. Y era de día porque desde hace unos días el sol no se va más y el día es como un maxiquiosco abierto las 24 horas. Es otra luz. Es lindo estar tirados en la playa y tomar un vaso de vino y mirar el mar y el sol y que sean las dos de la mañana. Desde adentro de la bolsa de dormir porque hace frío. Pero es hermoso. Y raro. Le quisimos explicar al soldado que habíamos venido a ver esa luz. Una luz que no habíamos visto durante casi diez días completos cuando pasaban nubes y nubes y el mar el cielo era de un gris cobalto. Había que subir parecía; trepar en el mapa para pasar las nubes y ver ese sol que nunca se va. Estamos en el paralelo 69º que aunque todavía es lejos del 90º está bastante más arriba que Ushuaia que está en el 54º para dar una idea. Es lejos. Me siento lejos. Le quisieron explicar al soldado mis amigos: tenemos un argentino que viene de una región muy lejana, de una región muy al sur que ya no es roja, es magenta, es púrpura, es rojo de incendio (eso no le dijeron). En verdad no le dijeron nada de eso porque el soldado nos preguntó de donde veníamos y Ben que estaba al volante le dijo que veníamos de sacar unas fotos. Lo que era verdad. De golpe, hacia el Este el paisaje se había puesto rocoso y con una nieve de alta montaña aunque no superábamos los 300 metros. Un paisaje especial, otro más, pero me costaba concentrarme en esa belleza pensando lo que le íbamos a decir al soldado. Entonces el soldado nos preguntó: ¿no habrán cruzado la frontera a Suecia no? No, le dijimos. Entonces sonrió y nos dijo disfruten del día. That’s it. Le hubiéramos pedido que nos toque una canción o que nos cuente una historia del polo con lobos y osos. Le hubiéramos invitado una cerveza pero el alcohol es tan caro por acá que solo sonreímos y dijimos gracias gracias y seguimos en esa noche (ya eran las cuatro de la mañana) sin oscuridad y chocamos los cinco apenas fuera de la vista y aceleramos y cruzamos el fiordo por un puente larguísimo rumbo a una ciudad dormida y después buscamos la montaña más hermosa de todas estas montañas hermosas y subimos a la cresta y desde allí admiramos el valle contentos, muy contentos del viento y las olas y el mar embravecido que habíamos pasado para llegar hasta aquí.