El misterio Kumiko

Nota autoreferencial 1: No creo que pueda decir mucho sobre Kumiko, the Treasure Hunter.

Nota autoreferencial 2: Estoy haciendo muy seguido algo que es un poco deshonesto, aunque no lo parezca, y es decir que lo que voy a tratar de reseñar no lo puedo realmente reseñar. Convive en mí el deseo de, por un lado, compartir un entusiasmo que excede mi capacidad de contenerlo y la frustrante certeza de que no soy realmente capaz de compartirlo (ni en itálica ni en redondas). Así que termino haciendo algo en el medio, pero no necesariamente en el medio de estas dos cosas.


Lo primero que pensé tras la proyección es algo que puede sonar a burla o a parodia de discurso tiraposta, pero que no es sino la verbalización de una sensación postproyección, una sensación mastodóntica, bigger than life y algo cursi, como las que suelen dejar las grandes películas (también el amor y algún que otro golazo o un muy buen pase en cortada). Eso que pensé es “El ser humano es algo muy grande” y con eso, creo, me refería no a lo anatómico sino a lo inabarcable, a lo misterioso de su autoconstrucción.

Hay algo en los personajes/personas que se entregan a una obsesión delirante que es muy aterrador y  a la vez conmovedor. ¿En qué momento se soltaron de las ilusiones colectivas e inventaron su propia ilusión? No voy a decir algo tipo “¿Quién está realmente loco? ¿El de adentro o el de afuera? ¿eh?” No. Kumiko es la que está loca, está claro. Pero en su locura están proyectadas las locuras, las ridiculeces, las mentiras que nos hacen y que sobre todo nos mantienen como humanos, como por ejemplo, claro, el cine, que nos lleva a meternos en la sala/pc y a sumergirnos, sintiendo que lo que vemos no es un fake (it’s not fake! como grita Kumiko) y que la valija llena de dólares efectivamente está ahí, enterrada donde la enterró Carl Showalter/Steve Buscemi. ¿Y cómo hacemos para aferrarnos tan fuerte a esas mentiras? Algo de ese misterio está materializado en Kumiko caminando bajo la nieve con un cubrecamas agujereado encima, en el conejo que se aleja en el subte, en el cuadro congelado de Fargo calcado sobre un papel, en el bordado del mapa del tesoro, en la lógica causa-consecuencia ligeramente desviada del verosímil cinematográfico de los que la ayudan, en los repentinamente pintados labios de Kumiko, en el homenaje descontrolado a Fargo, en la Rinko Kikuchi toda y así y así.

Por supuesto que la película es muchísimo más fuerte que esta reducción de mierda. Pero ojo, no es del todo mi culpa, en ésta estoy conmigo. Hay muchas películas que se pueden traducir al papel y no pierden demasiado, hasta probablemente ganan algo y no me refiero solo a películas malas. Pero las grandes películas, las que realmente te pueden impactar no las puede explicar (o bueno, “dar cuenta”, «decir algo sobre» si les da pudor The E word) nadie, porque lo que la hace realmente buena ocurre en un mundo diferente. Sí se pueden escribir grandes cosas y se puede contagiar el entusiasmo con un texto a partir de, pero eso es todo. Y claramente no es el caso de este posteo.

PD: Pueden encontrar buena información y links motivadores sobre la historia detrás de Kumiko, The Treasure Hunter en este link.

PD 2: Igual no se consigue y no la pasan más en el BAFICI.

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3 Lectores Comentaron

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  1. yuurei on 14 abril, 2014
    Yo creo que no se puede abarcar una peli o un disco en palabras, ni aún en cien mil; pero también creo en el intento heróico de salir a tratar de lograrlo cada vez, y/o al menos terminar planteando un recorrido por la obra...
  2. Juan Zino on 13 abril, 2014
    Si lo dice Fabián debe ser así!
  3. brunomilan on 13 abril, 2014
    Es la diferencia entre el placer y el goce según Barthes; el placer es comunicable, el goce no. De todos modos lo interesante está en ese intento que se sabe condenado al fracaso de antemano. Es el gesto romántico de los grandes :)

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