Lo que noté la primera noche es que de este lado de la frontera hay perros. Perros que ladran en la noche en una especie de quejido, distantes, casi aúllan, se escuchan lejos y se responden como en el gran Buenos Aires. Por la noche dormimos en la bicicletería de John. Su nombre artístico supongo porque John es rumano. Quedábamos Alan, Ian y yo. Esa misma mañana habíamos perdido a Stephan, un alemán que Alan encontró dos días atrás saliendo de un maizal donde había armado su campamento. Fue motivo de risa después y una frase dicha cuando una de las tardes teníamos que decidir dónde dormir: no quiero dormir en un maizal. A Alan lo conocí en la última ciudad húngara. Cerca de las cinco de la tarde, una hora en que a veces me pongo inquieto, yo cruzaba la ciudad y él se me puso a hablar. Yo estaba con los auriculares puestos así que al principio no escuché bien qué me decía. Pensé que era un húngaro pero resultó que era un holandés que también estaba viajando. Me dijo que había decidido quedarse en la ciudad, que era interesante y que había acampado en una isla que el río formaba con uno de sus brazos. Yo pensaba seguir de largo pero dudé y entonces di una vuelta por el centro y en un lapso de media hora vi dos casamientos al estilo Kusturica en dos iglesias distintas de la parte vieja. Bien visto todos los casamientos son estilo Kusturica pero la luz de la tarde hacía estos casamientos más estrambóticos así como los vestidos de cocteles de las mujeres y los hombres que parecían imitaciones de jugadores de futbol cuando quieren ser elegantes. Ramiro Funes Mori de traje rojo por poner un ejemplo. Pero había algo de más ceremonial y formal que en nuestros casamientos. En uno de ellos había una cola larga de parejas para sacarse fotos con los novios. Mi abuela es húngara. Una frase que repetí muchas veces y no conmovió a nadie. Ese movimiento de sábado por la tarde me decidió a quedarme e ir también al camping en la isla aunque no estaba seguro de querer seguir pedaleando con el holandés que había hablado mucho en poco tiempo. Crucé el puente a la isla donde estaba el camping, un gran parque y una feria donde se podía comer y probar vinos. También más allá había una gran carpa que parecía preparada para un evento que resultó ser alguno de los casamientos que con su música, algo a lo Kusturica y Big In Japan, no me dejaron dormir en toda la noche. Por supuesto al primero que vi al entrar al camping fue al holandés que me siguió hablando. A mitad de la noche cuando era claro que no iba a dormir decidí levantarme y ver de donde venía esa música y por qué no, sumarme a la fiesta. En la quietud del camping, con la música lejana de fondo, vi ir justo hacia donde yo iba al holandés en calzoncillos. En la misma dirección estaban los baños y para evitar ese encuentro tan estrafalario me escondí atrás de un auto. Esperé unos minutos y lo vi volver a la carpa como un sonámbulo. En la feria no quedaba ya nadie y allí descubrí que el ruido venia de la carpa y que era en efecto de un casamiento. Debí haber entrado pero soy tímido y estaba en ojotas. En algún momento la música se apagó. Creo que me dormí con Forever Young.
Así y todo me desperté con la salida del sol como de costumbre y al primero que vi por supuesto fue al holandés que estaba desayunando. Salimos juntos y en tres horas llegamos a la frontera con Serbia. Ahí fui que descubrí su nombre cuando nos presentamos a un pibe en bicicleta que se acercó a charlar. En otras de las madrugadas desperté cuando comenzó la lluvia. Habíamos acampado otra vez frente al río. En ese momento pasaba de manera muy lenta un carguero con todas sus luces encendidas. Un tipo caminaba en la cubierta. La lluvia repiqueteaba sobre mi techo y desperté para ver el espectáculo de un carguero pasando lento por el Danubio en la frontera entre Serbia y Rumania. Ser testigo de eventos insignificantes e irrepetibles. Muchos barcos pasarán pero no ese y yo estaba allí para verlo. Esa primera mañana después de la noche en vela simplemente salimos al camino los dos al mismo tiempo. Anduvimos juntos dos semanas. Cruzamos varias fronteras, encontramos a Stephan y lo perdimos, encontramos también al maltés. Atravesamos pueblos y escuchamos a los perros distantes. En un crucé lo perdí de vista y horas después cuando nos reencontramos vi que sonreía de alegría. En un momento decía buenas noches y se dormía. Es enfermero de pacientes dementes y se ofreció a hacerme un test. Creo que bromeaba. No lo recuerdo bien.