Brian Eno se presentó por primera vez en Buenos Aires, en ese espacio con aire de santuario que es La Ballena Azul, la sala sinfónica del CCK, blindado al mundo exterior y su insufrible conectividad. No cantó, no tocó, no pintó: se sentó en un sillón negro y respondió algunas preguntas de la artista Mariela Yeregui, precisándolas amablemente siempre, en un inglés diáfano como de ejercicio de comprensión para estudiantes. También hizo algunos chistes, se sacó el saco y lo apoyó en el suelo, divagó en su propio discurso. Imitó a Trump. Trató de recordar el nombre de una canción de My Bloody Valentine y agradeció a quien se lo sopló desde el público. Entonó la línea “I wanna know what love is”, de Foreigner, a capella. Habló de la función del arte sin solemnidad. Recreó el juego de roles que mantenía con David Bowie. Dijo muchas veces, y con muchas palabras distintas, “huevos”. Pidió disculpas a la traductora. Se rió, y nos reímos todos. Brillaba.
Aquí algunos apuntes poco ordenados -y sin chequear con audio ni video- de esos destellos que iba tirando con alegría, sin tomarse demasiado en serio.
La primera pregunta fue más o menos, en este mundo terrible que se está yendo cada vez más a la mierda, ¿qué puede hacer el arte? “Lo primero que voy a decir es que no existe el arte no político”, arrancó Eno. “Fijate en una orquesta, en cómo está estructurada, las jerarquías: la idea es que todos los violines suenen igual. En cambio, una banda de rock, desde lo conceptual, está basada en la suma de individualidades distintas. Eso es político”. Y avanzó: “En líneas generales, creo que el rol del arte es hacer pensables distintas alternativas. Lo que es posible en arte es pensable en la vida. Por ejemplo, a partir de la lectura de la novela La cabaña del tío Tom, miles de personas pudieron pensar que un esclavo negro era una persona con sentimientos al igual que ellos, y que podía merecer las mismas posibilidades. Lo mismo con los mundos de pobreza que retrata Dickens, o con la obra que montó y hoy representa en Londres un equipo de refugiados: después de ver la obra, nadie puede pensar en ellos igual que antes”.
“Hay dos maneras de juntar a las sociedades: una es la esperanza, la otra es el miedo”, dijo. Después se declaró asustado por el giro político del último año, y habló de nuevas masas: las masas ignoradas por las élites y los medios que habían votado a Trump y al Brexit, pero también las masas de artistas y bohemios que hasta hace poco consideraban poco cool hacer política y ahora descubrían que no tendrían otra alternativa.
Se metió con la desigualdad citando a Joseph Stiglitz y los números escandalosos: 62 personas poseen la mitad de las riquezas del mundo. “¡62 personas! ¡Podríamos ponerlos en un bus! ¡Y desbarrancarlo! ¿Qué pueden hacer con la misma riqueza que los otros siete mil millones? ¿Comprarse otro reloj? ¿Otro yate?” Y cerró: “En el largo plazo, cien años, soy optimista. En el corto plazo soy pesimista. Los pesimistas nunca se decepcionan”.
«La clave de la época es saber cuándo controlar y cuándo rendirse”
En la segunda pregunta, la entrevistadora le preguntó por su concepto de rendición o entrega (surrender), y cómo combinarlo con la acción decidida a cambiar las cosas. Brian Eno respondió con sincretismo: “Es como en el surf: hay que saber moverse entre la entrega y el control. Poder saber en qué momento pararse sobre la tabla y en cuál dejarse llevar por la ola, entre el control máximo y la entrega total. Estamos en una época donde se rinde culto al máximo control, dedicada a perfeccionarlo, donde la tecnología permite manejarlo todo; desde nuestros pequeños dispositivos, podemos coordinar, por ejemplo, que yo, que vivo en la otra punta del mundo, esté aquí ahora, y ustedes también. Es un milagro, y estamos orgullosos de eso. Pero no estamos acostumbrados a ceder. La gente de épocas más primitivas era mucho mejor rindiéndose. Y si no podés controlar, mejor que sepas entregarte. Lo hacemos por placer, con las drogas, el sexo, la religión; el placer de decir ‘perdí completamente el control’. La clave de la época es saber cuándo controlar y cuándo rendirse”.
Y desde ahí retomó: “Y también, saber que quejarse no es una acción política. Enojarse en redes sociales no cambia nada”. E imitó a un antitrumpista furioso quejándose y llamándolo “naranja”, y al mismo Trump. Ovación.
Después se le preguntó por la relación entre sus dos artes, la pintura y la música. Contó que su primera vocación había sido siempre lo visual, poder dar cuenta de la luz, y que buscó eso en todas partes. “¿Qué es lo que me gusta tanto de la pintura? Que se queda quieta, no se mueve, permanece. Traté de hacer música así, que fuera como luz”. Habló entonces de música como paisaje, de música sin bordes. Más adelante, casi al final del encuentro, la entrevistadora le preguntó por un recuerdo de infancia y Eno no dudó: la primera vez que vio un televisor, dijo, de niño, y vio las rayas de luz, y lo entendió como un artefacto para generar imágenes, paisajes, no narraciones. Pasó a contar un rato después que muchos años más tarde, en Nueva York, una noche un músico desesperado por efectivo le rogó que le comprara su cámara de video. “Era la primera vez que veía una cámara de video. No sabía cómo se usaba. Era enorme, no había cómo apoyarla, caía siempre de costado. Pero se la compré, y la llevé a mi casa, y mientras me ponía de costado para mirarla tuve una revelación: sería un instrumento para convertir otra vez al televisor en un proyector de imágenes, una máquina de hacer pinturas; un artefacto de arte visual, no narrativo”.
A veces creo que la música es como lo que dicen de la política, que es como las salchichas: nadie quiere ver qué hay ahí adentro.
Hubo tiempo también para las anécdotas musicales. El segmento más festejado fue cuando contó cómo era su colaboración artística con David Bowie. “La gente espera vernos así -gesto de “El pensador”, cabeza en mano-. Creando, transpirando. Y la verdad es que nos la pasábamos haciendo chistes. David Bowie era uno de los tipos más graciosos que conocí en mi vida. Nos la pasábamos representando unos personajes cómicos británicos imposibles de traducir, Pete y Dud. Era una diversión seria: no dejaba espacio para peleas”. Sobre su trabajo en conjunto, habló también de las tarjetas que usaban en sus famosos experimentos de estrategias oblicuas: “Escribí en una tarjeta ‘salí y escuchalo desde afuera’, porque había descubierto que muchas veces percibía mejor la canción cuando volvía del baño por el pasillo que cuando estaba dentro del estudio. Pero quizás una tarde yo sacaba una tarjeta que decía ‘Seguí haciendo eso’, y David por su parte sacaba una que decía ‘hacé lo contrario’. Podía pasar”. Y ante las risas: “Pero ustedes no quieren escuchar esto, nuestros chistes tontos; nadie quiere escucharlo. A veces creo que la música es como lo que dicen de la política, que es como las salchichas: nadie quiere ver qué hay ahí adentro. Por ejemplo, testículos”.
Brian Eno contó también la impresión que le causó llegar a Nueva York por primera vez. “Prendí la radio y descubrí la FM. En mi país era todo tan apropiado, tan BBC. En Nueva York la juventud estaba en la radio, hablaba de lo que quería, insultaba. Fue descubrir un mundo”.
Volvió a la música y la pintura. “Lo que sucede hoy en un estudio de grabación no tiene nada que ver con tocar. Es un proceso de mezcla que se parece más a la pintura, a componer una imagen a pinceladas”. Y avanzó sobre el ambient. “Mucha gente empezó a decirme que ponía mis discos para escribir, diseñar, trabajar, dibujar. Después conocí a mujeres que me decían que habían dado a luz con mi música. Y más tarde conocí a sus hijos”. Sonreía: “Lo que hago es cada vez menos, cada vez más lento, y eso la gente parece disfrutarlo. Da paz. Me gusta hacer música para darte un lugar más tranquilo para pensar, o escribir, o dibujar: que sea como una habitación”.
Después todo pasó rápido. Eno se confesó “neofílico” (“siempre quiero estar escuchando lo que suena diferente”), y dijo que era tarde y que debíamos estar aburridos. En el cierre, volvió a hablar de política: “Estuve visitando a mis amigos, los bohemios y hipsters de la Costa Oeste, y están muy preocupados. Ellos, los que no votaban porque eran demasiado cool para ocuparse de la política. Entonces, quizás esté contento de que haya ganado Trump. Con Hillary hubiéramos tenido la misma mierda de los últimos 30 años. ¡Ahora se viene una revolución!”
El video de la charla puede verse completo acá: https://www.youtube.com/watch?v=t_qG4mFata8 (sean piadosos con este post con textuales deformados por la memoria humana)
Brian Eno nos da, a todos, un espacio para pensar: el 2 de diciembre se inaguraron sus dos muestras de paisajes audiovisuales, 77 millones de pinturas y El barco. Gratis, en el CCK.