Y el cine uruguayo sigue sin defraudarnos. El año pasado fue Joya; este año, sin alcanzar esas cumbres, hace un papel dignísimo esta historia de iniciación, literalmente. Rafael Bregman es un chico de 13 en la colectividad judía de Montevideo, a principios de los noventa. Tiene calentura, tiene ganas de besar, varios amigos, una fascinación por una rubia y mucho acné. Mucho. Pasa la peli luchando contra su acné y su timidez.
El debut sexual llega enseguida y es lo de menos: él quiere besar, pero el maldito acné se lo impide, y ni siquiera las putas que paga puntualmente le dan el gusto. Mientras tanto, su familia, típica familia judía de clase media con negocio de importaciones y todo, se cae a pedazos. Se viene el divorcio y peligran las vacaciones en Punta. Su mejor amigo se va a Israel cuando más lo necesita. Rafael queda en banda con su timidez, tomando nota de las indicaciones de Roni, que le dice cosas como «anotá: ¿querés-que-vayamos-a-dar-una-vuelta-los-dos-solos?»
¿Qué es lo que hace que tantas otras pelis de adolescencia -sin ir más lejos, la canadiense Al oeste de Plutón, en este mismo Bafici- me generen fastidio, y que esta, en cambio, me conmueva? Hay unas cuantas situaciones prototípicas que se repiten casi calcadas: chico tímido sueña con chica rubia que se va con chico más banana, la escena de la fiesta, por ejemplo. ¿Será la proximidad de lo uruguayo que me genera más identificación? ¿será que esta peli muestra adolescentes de la era pre celulares? No sé. La pintura de la adolescencia, de ese grupo social, de ese Montevideo, de esa época, es impecable y tremendamente tierna, quizás en el tono de cineastas como Burman o Winograd pero un pelín más abajo, más mesurado. Más uruguayo, bah.