Le solía decir su señora madre Las poesías no las lee nadie Da lo mismo que sean buenas o malas
No te sigas rompiendo la cabeza muchacho, poema de Nicanor Parra.
Comienzo a escribir estas recomendaciones en el aeropuerto, durante las eternas horas de espera de ida (y días después, de vuelta) del festival de Valdivia. En Valdivia fui llamado a último momento por el festival a causa de la baja de uno de los jurados oficiales. La pasé muy bien y entregamos unos premios que, creíamos, iba a ser del gusto del festival y un homenaje a las películas descubiertas por sus programadores.
Con mis co-jurados, las inteligentes y talentosas Mónica Delgado (crítica peruana) y Manuela Martinelli (actriz y directora chilena), pensamos en una premiación que destaque, como repetían los programadores en cada presentación, esos títulos pequeños y frágiles que habían sido ignorados por otros festivales, pero que formaban parte de la competencia valdiviana. Desde el principio de nuestras deliberaciones nos guió esta idea y así llegamos al resultado final. Pero parece que en nuestro palmarés nos olvidamos de una película que le gustó a todo el mundo, sobre todo a los críticos y (algunos) programadores, quienes, a través de las benditas redes sociales nos hicieron notar nuestra supuesta omisión.
La película en cuestión (empiezan las recomendaciones) es china, se llama Kaili blues y es la ópera prima del director Gan Bi. Su estreno mundial fue en el festival de Locarno (clase A), en la sección Cineasti del presenti en donde ganó los premios: “per il miglior regista emergente” (al mejor director nuevo) y una mención especial que entrega la millonaria marca de relojes Swatch. Nada mal para un director debutante. La película, más tarde, participó de la mencionada competencia internacional de Valdivia, en Vancouver y ahora se verá en el festival de Mar del Plata (también clase A). Repito, nada mal para un director debutante.
Kaili blues es imponente. Sus acciones transcurren en una bellísima zona rural (árboles, vegetación, mucho verde y azul, ríos, etc.), y las idas y vueltas, nunca mejor dicho, de sus personajes están registradas en largos, maravillosos, estilizados, planos secuencias. En algún momento se escuchan poemas. La historia que cuenta es leve (como suele ocurrir con el buen cine) y en un par de momentos se explicita en palabras. Si bien se trata de una ficción, recurre a un estilo documental en las actuaciones. Los protagonistas pueden ser actores o habitantes del pueblo puestos a actuar. No es esto lo importante. Mi problema con Kaili… (y no de la película) es su necesidad de llamar la atención y su forma casi deportiva (travellings sin cortes de 20 o más minutos) de demostrar que estamos frente a algo importante. Algunos de esos movimientos de cámara, en su supuesto virtuosismo, terminan siendo un poco obvios o demasiado rebuscados. Hay (¡ay!) un momento en particular que me llamó la atención y es el mejor ejemplo de lo que trato de explicar. La cámara sigue a unos personajes que van en moto, en un momento se detiene –la cámara- espera un tiempo mientras vemos alejarse a los protagonistas y luego se mete en un pasillito oscuro, lo atraviesa, para volver a salir a otra calle, justo en el momento en donde nos volvemos a encontrar con los previamente abandonados motociclistas. Al ver esta escena, no pude dejar de recordar al oscarizado guionista (¿guionista? ¡horror!) William Goldman, quien contó en uno de sus libros, cuando siendo jurado en Cannes, mientras veía una película argentina, no podía dejar de pensar en el trabajo tremendo que le debía haber costado al equipo de producción conseguir la máquina de humo, otra para generar viento y los miles de papeles y papelitos que dichas maquinarias hacían volar por la –supuestamente poética- escena. Goldman escribía que semejante esfuerzo se notaba tanto en la pantalla, que era imposible seguir pensando en lo que se estaba contando o mostrando. La película de la que hablaba Goldman (y a la cual no mencionaremos), es muy mala. Kaili blues no, al contrario, es muy buena, tan buena que, repito, sería mucho mejor si no se esforzara tanto en dejarlo en claro todo el tiempo. Hay otra escena. La protagoniza una bellísima actriz china (es actriz porque es demasiado hermosa y difícilmente viva en ese pueblo), quien usa un vestido amarillo. Ella va viene por un puente, tiene uno de esos molinitos de juguete que se mueven con el viento, en algún momento también se sube a una moto, y luego la bella china desaparece o la película sigue con otra cosa. Poco importa. Cuando la cámara se pasea por el rostro y el cuerpo de la bella china de pollera amarilla (quien a veces está muy enojada) lo hace con una fluidez que transforma la escena en un momento onírico. En esas secuencias, el tiempo –y la película- transcurren sin problemas y a nadie se le podría ocurrir ponerse a pensar en cuanto hace que el plano no se corta. Es en esos momentos, tan llenos de belleza y tan caprichosos pero más naturales que las otros, es donde el director muestra algo más (mucho más) que virtuosismo.
Hay otra película china en la programación del festival de Mar del Plata, también es una ópera prima, también participó de festivales importantes (su estreno internacional fue en Rótterdam FF, apadrinada por el crítico Tony Rayns, sobre quien el director Lee Chang.-dong supo decir: “Tiene una gran intuición sobre lo que es real y lo que es falso”), también ganó premios (Jeonju FF), tiene poemas (16, para ser precisos) y funciona casi como lado B (o complemento) de Kaili Blues. Se llama Poet on a business trip y escribí lo siguiente para el catálogo, así que sepan disculpar cierto didactismo.
El director Ju Anqi filmó el material original de esta película en el año 2002. Por motivos tan desconocidos como misteriosos, las latas originales (16mm, color) permanecieron guardadas durante todos estos años, tanto tiempo que hasta el color original quedó en el pasado y el film (en una obligada, pero al final acertada decisión estética) terminó siendo en blanco y negro, una vez que el director retomó el trabajo en el 2013. La película, finalmente, fue estrenada en el 2015, 13 años después de ser filmada. En todos esos años, el cine cambió (y no exactamente para bien). Las imágenes de Poet on a business trip remiten a una forma de entender y realizar cine que parecen ya perdidas en el tiempo.
En su “viaje de negocios” por la provincia de Xinjiang, zona ubicada a 4.000 kilómetros de Beijing, nuestro poeta recorre, con su mochila a cuestas, las zonas más pobres de China, áreas rurales, arrasadas y dejadas de lado por el capitalismo. Pequeños pueblos que todavía parecen funcionar a base de trueques y mínimos intercambios monetarios, hoteles de mala muerte, prostitutas, viajes en autos por rutas desiertas, encuentros pasajeros, paisajes tan bellos como inhóspitos, cigarrillos convidados y compartidos y la poesía como la única esperanza para sobrevivir en un mundo tan lleno de melancolía como de tristeza.
Así como alguien alguna vez separó a las películas entre crudas y cocidas, podríamos decir que Kaili blues es una película húmeda y Poet…una película seca. No sé bien que quiero decir con esto, pero tanto hablar de poesía, me dejé llevar. Sepan comprender. Poder ver las dos películas en un mismo festival, es un lujo. Más tarde podremos discutir si se complementan, se enfrentan o qué. De una u otra manera, sirven como para tener un brevísimo panorama de una cinematografía de la cual, en verdad, poco sabemos.
Hay otros títulos provenientes de China (en co-producción con algún otro país, a diferencia de las dos mencionadas antes), pero son de grandes maestros y me parece redundante recomendarlas. Una es Office de Johnnie To. Está ambientada en el mundo laboral de los altos ejecutivos, el arte es del gran William Chang (cómplice de aventuras de Wong Kar Wai), los protagonistas son Chow Yun Fat (el de The Killer, de John Woo) y Silvia Chang (quien también escribió el guión). Es un musical y es en 3D, ¿qué más se puede pedir? La otra es Mountains may depart y es mi película favorita del año. O una de las tres, al menos, y las tres son asiáticas, aclaro. Mountains… es un gran retorno de Jia Zhangke. (De quien, por otro lado, sobrevuela su espíritu tanto en Kaili… como en Poet…). La protagoniza otra bella china, la mejor actriz del mundo: Zhao Tao (quien, bien por él, es también la mujer del director). Mountains… empieza y termina (ya lo saben, ¿o no?) con la canción Go West, interpretada por los Pet Shop Boys, verdaderos especialistas en disfrazar la tristeza de otra cosa. La película cuenta una historia (de amor, de familias), y está dividida en tres tiempos en donde vemos la evolución de las vidas de los personajes y, de fondo, de los vaivenes de la sociedad China, hasta llegar a un hipotético futuro ambientado en Australia. Sus dos primeros actos se encuentran entre lo mejor de la filmografía de Jia Zhangke. En el tercer acto (CUIDADO: SPOILERS), la película comete un error imperdonable, hace desaparecer al personaje de Zhao Tao. Imagínense estar viendo Opening night o Gloria de John Cassavetes, y que en la media hora final desaparezca Gena Rowlands. Imperdonable. Me podrán decir que el guión, que la historia, etc. Cualquier rigor narrativo merece ser sacrificado solo por ver un rato más a Zao Thao bailando sola, bajo la nieve, mientras suenan los Pet Shop Boy cantándonos eso de irse al oeste, porque allí, dicen, el cielo es azul. Al fin de cuentas, el cine fue inventado, entre otras pocas cosas, para mostrar a mujeres bellas. (Si son asiáticas, mucho mejor. Al menos para quien esto escribe). Esto es algo que nos enseñó -y demostró-, otro director que estará presente en la programación del festival con su nueva película The Assassin, el señor Hou Hsiao Hsien.
Me despido de estas primeras recomendaciones, prometiendo que habrá otras entregas. Pero como ustedes saben, falta tan poco, que quizás directamente nos veamos en la Ciudad Feliz para (paradójicamente) ver películas tristes.
Hasta la próxima.
Marcelo Alderete
PD 1: la ganadora del festival de Valdivia se llama Motu Maeva, se estrenó en el 2014, es una ópera prima, dura poco más de 40 minutos, la dirige una mujer (Maureen Fazendeiro) y fue un verdadero mérito del festival presentar una película que en otros lugares rechazarían por considerarla (en tiempos “festivaleros”) antigua. Los valores de la película, obviamente, exceden los de la novedad.
Lamentablemente, Motu Maeva no será proyectada en Mar del Plata, por diferentes motivos (casi todos rutinarios) que no vale la pena explicar acá. Una lástima.
PD 2: obviamente, ya que hablamos de bellezas asiáticas, este texto va dedicado a la mejor de todas ellas, la flor más linda salida de Dae Yon Dong, la más coreanas de las porteñas, la señorita Sung Kyoung-moon.