Entre Lagos, 29 de noviembre. En una vieja hostería frente al lago. En el horizonte un trasfondo montañoso donde destaca el volcán Puyehue. He pasado y dormido varias veces por aquí a lo largo de los últimos años. En carpa junto al lago, en una pensión, ahora en la primera hostería del pueblo que parece un museo. Ayer mientras tomaba una copa de vino en unos sillones de los años sesenta o setenta empezaron a pasar a Barry White. True Story. Después me enteré que el terremoto del año sesenta la tiró abajo así que viene de aquellos años. Ayer en un momento surreal en la aduana Gendarmería amenazó con sacarme el auto por transporte ilegal de pasajeros. Creo que me metí en ese lío solo y a propósito. Ver que se puede salir de cualquier lado. Del lado chileno todo sucedió perfectamente. El clima por otro lado fue exactamente inverso. De aquel lado sol y cielo azul. De este lado, porque en efecto cruzamos, nubes de frío. La primera vez que estuve aquí llegando desde Osorno pasé de largo. Había tomado un micro en Santiago con la bicicleta en una caja que desarmé en la estación de bus para después empezar a pedalear. El padre de Karin me había llevado a la terminal. Karin. Uno o dos años después, cuando dormí junto al lago viniendo en sentido inverso explotó el volcán Calbuco y tuve que desviarme a Puerto Montt. La última vez sí pude llegar al camino que buscaba por atrás de Petrohué y llegar al fiordo. Fueron unos días de otoño apacibles y serenos (antes pasé varios días en Villa La Angostura esperando el buen tiempo para salir). Después me fui a Santiago a ver a Radio Dept. Los viajes dentro de los viajes que se abren como cajas chinas. Este año que todavía no terminó llegué a Sicilia en barco y dimos la vuelta a la isla con Mayra y después nos fuimos tres día a Roma. Ella regresó a Bs As y yo regresé a Sicilia para continuar. Ella tomó el avión para Bs As y nada la había preparado para lo que seguía. Vi varios ciclistas muy cargados que cruzaron el paso. Me veo y los veo en su mundo privado de esfuerzo físico, alegría desbordante e incertidumbre por encontrar un lugar donde pasar la próxima noche. Nada me hace sentir más libre que viajar pero esa imagen de personas llevando inmensas cargas a cuestas como culpas ocultas y en pequeños calvarios privados es muy clara (muy fuerte man, ja). Néstor muriéndose de risa y pensando «es tan boludo que recién se da cuenta». Néstor ve todo siempre. Mayra se pone celosa y me desliza que no tengo que ir a La Paloma para pensar cosas. Se asusta y tiene razón. Nada bueno puede salir de todo eso, de las charlas hasta la madrugada con el viejo metafísico y payaso. Ben me mandó una foto en la que está haciendo arreglos en el barco y que llegan las primeras nevadas.

Ensenada. Kurt Vile en el cuarto. Un ventanal al lago y el volcán. Se fueron todas las nubes. Hubo mucho viento del sur, frío. Pero es el que trae el buen tiempo. Fui acompañando a los pasajeros con una camioneta y en las paradas seguía la suerte de Theo, el protagonista de El jilguero, la novela de Donna Tartt. Salinger hoy.
Dormité un rato mientras la música se desvanecía y escuché las señales de mensajes en el teléfono que no miré inmediatamente por el cansancio. Es bueno quedarse dormido tirado en una cama. Me desperté, comí y salí a correr en la última hora de luz. El viento de había detenido completamente. Al regresar, leyendo en la cama vi desaparecer el volcán. Continúe con la rutina de Tartt durante los días que siguieron con paradas en los miradores, dormir la siesta despatarrado en la gran cama y una salida a correr al fin del día.

Cuando subí al avión el Kindle indicaba que lo que me quedaba para leer del libro era el tiempo de duración del vuelo desde Bariloche a Aeroparque. Un rato antes en el lobby del hotel, con una gran vista al Nahuel Huapi, seguía leyendo escuchando versiones pop de los valses vieneses. Peor que Sepultura. Así y todo había podido concentrarme. El gerente del hotel es un TOC gravísimo, pero muy funcional a la hora de mantener un lugar limpio y reluciente. A los pasajeros les encanta. Estoy vestido de rojo y blanco, una chomba y pantalones de golf que son ultra cómodos y creo que no me voy a sacar estos colores hasta después del partido. El golf no es un deporte y odio todo lo que expresa, así todo estoy vestido como un golfista sin proponérmelo. Compré los pantalones en oferta en Madrid para estar algo presentable en mi día en Londres entre los dos aviones que me traían de vuelta. Son muy cómodos. Chris me esperó en Victoria Station y fuimos para su casa. En el subte encontramos algunos de sus alumnos vestidos de traje como mods. Dos parejas jóvenes y hermosas: Blur state of mind.
El azar y la necesidad. En este momento de la novela el protagonista flota en ese no lugar que son los hoteles. Solo una vaga coincidencia. Me puedo identificar con el protagonista, siempre podemos tomar personalmente cualquier cosa que se nos ocurra. Más de una vez me encontré pensando: «yo no tuve la suerte de quedar huérfano o haber sufrido alguna desgracia como para volverme artista». solemos identificarnos con todo. Como con los horóscopos. El cerebro es muy supersticioso y ve causalidad en todas partes. El hecho permanece de que hay personas que hacemos oficio en bucear en el pasado. Algunos se convierten en escritores, otros solo somos neuróticos comunes y corrientes. Lo cierto que fue un viaje con mucho tiempo para recordar. Las ciudades, cada una con un nombre. Mayra, Andrea, Mayra.
Es verdad que bucear en el pasado tiene una tradición antigua. Como caminar por las habitaciones vacías de una gran casa y mirar el mobiliario. Distinto de estar atado a él. Hipnosis, ensueño dirigido. Hay regiones de estos fenómenos que han intentado ser colonizados. No con mucho éxito. O un éxito que es su propia derrota. Lo fija en una significación. Nada de esto pensaba mientras en alguna parada con vistas a los lagos o los volcanes seguía leyendo El jilguero. Ben en uno de sus breves mensajes me cuenta que empezó a estudiar ruso. Dona Tartt está obsesionada con los rusos. No es la palabra obsesionada. Fascinada por ese mundo extraño, por esa literatura. Habla mucho de El idiota que casualmente es la novela favorita de mi viejo. Mi padre contaba la historia de un amigo de mi abuelo que estudió ruso para leer a Dostoyevsky. Algo de eso hay en la novela. Ya no creo que la historia sea verdadera. Tal vez quiso estudiar ruso. Como yo digo a veces que voy a hacer, pero se que no voy a poder porque simplemente se me pasó el tiempo para aprender un nuevo idioma. Fuera de mi alcance. Como convertirme en escalador (lo veo más probable).

En San Martin de los Andes bajé una versión de This Mortal Coil remasterizada y los recuerdos comenzaron a llegar a borbotones. Se abrió una compuerta. Algo tocó en el fondo de mi corazón. This Mortal Coil en la madrugada. Mayra, Caro, los años que se fueron. El amor y la ternura olvidada. Después de correr junto al lago volví a la habitación y seguí leyendo un rato largo. Por la tarde salí de compras para el viaje del día siguiente y después seguí con el libro con una copa de vino y una pizza. La novela es la historia de toda una vida pero no son más de diez o quince años. Seguí leyendo en la madrugada hasta que comenzaron a cantar los pájaros. Después dormí de a ratos teniendo sueños extraños, más como oráculos y apariciones que verdaderos sueños. Dos dias después estábamos en Bariloche.

En la madrugada Bariloche vuelve a ser ese pueblo silencioso que alguna vez fue durmiendo junto a un lago majestuoso. Salí a correr muy temprano. La puerta del hotel estaba bloqueada y la dejé entre abierta para volver a entrar al regreso. Estaba fresco y no quería helarme afuera esperando. Decidí correr el riesgo de que el maniático del gerente del hotel me cagara a pedos. La claridad empezaba a iluminar la cima de los cerros. Tenía frío en las manos, debí haberme puesto guantes. Nadie en la calle. Hermoso. Al regreso Beach House.

Fue un vuelo que se me hizo corto y como no había terminado la novela me tomé el 160. Tardé dos horas en llegar. Give and take. En verdad siempre tomo el 160 porque considero un buen signo el tener un bondi que va de la puerta del aeropuerto a la puerta de mi casa. Podría tomar un taxi porque me lo pagan y es la única manera en la que eventualmente tomaría un taxi. Nadie puede negar por otra parte que cuando aunque sea por trabajo (solo es por trabajo) vamos con todo pago nos sentimos casi inmortales. Dura poco es sabido, pero nadie quita el sentimiento. Terminé la novela y después me dediqué a no pensar y mirar por la ventana y observar a la gente. Después de tamaña novela solo puedo seguir con los 5 tomos de Proust que me faltan. O terminar las 300 páginas que me quedan de La Broma Infinita. Nada menos. Después googleando leo que hay críticos que consideran a Donna Tartt una Harry Potter para adultos. Pura envidia. O sí, es eso. ¿y qué?

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