Réimon, de Rodrigo Moreno

Esta reseña fue escrita con una notebook Positivo BGH comprada en la sección hogar de un supermercado golpista un día domingo, con 20% de descuento, con dinero obtenido de una beca universitaria y del salario de un trabajo en negro de un negocio familiar fallido. 

No es casualidad que Réimon de Rodrigo Moreno comience con un texto en el que se explicite los costos de producción de la mismísima película, quién la financió, cuánto demoró en filmarse, a quiénes van a ir las tentativas ganancias de su recaudación, etc, ya que desmontar y exponer las condiciones de producción capitalista formó parte de la tentativa desmitificadora que el marxismo llevó a cabo desde sus orígenes. En este sentido la premisa de la película es básica pero no menos efectiva: ilustrar un concepto de la teoría marxista en una situación concreta.

El film sigue con rigor documental a Ramona, una empleada doméstica, desde que se levanta hasta que se acuesta. En el transcurso se la verá despertarse temprano (antes inclusive del amanecer), tomar un tren, luego un colectivo y llegar a la casa de sus distintos patrones para luego ponerse a limpiar, acomodar, cocinar, etc. La banal contemplación de lo cotidiano colisiona cuando en una de esas casas unos jóvenes treintañeros en plan grupo de estudios leen en voz alta fragmentos de El capital. Los clásicos pasajes sobre la reproducción del capital vía la explotación obrera y cómo el supuesto tiempo libre de la clase oprimida se licua en otras actividades colindantes del trabajo son evocados. Acto seguido vemos a Ramona (o Réimon, como cariñosamente la llaman estos jóvenes) limpiando una ventana. La disyunción entre la teoría y la práctica es evidente, pero sus consecuencias no.

En un plano crucial uno de los chicos abandona la lectura y se instala en una pieza a escuchar música en sus auriculares mientras cercana al foco de la cámara Ramona se dedica a barrer; se invierte la figura pero el plano parece seguir la clásica lectura de Adorno y Horkheimer sobre Odiseo y las sirenas: el burgués necesita del obrero para entregarse a la contemplación desinteresada del arte. Pero tras unos instantes el joven se quita los auriculares permitiendo que la música se haga audible en el resto del cuarto (incluido a nosotros) e invita a Ramona a bailar. ¿Cómo hay que entender este gesto (o uno similar en la que una de las jóvenes le ofrece ropa que ya no usa a Ramona)? ¿Reproducción inconsciente de la lógica amo/esclavo, otra versión del “capitalismo con rostro humano”, culpa burguesa, caridad? Quizás habría qué adoptar otro punto de vista, otro menos prejuicioso. La película no inventa nada, pero su riqueza se encuentra justamente en conseguir interpelarnos de una manera directa: los problemas denunciados por el marxismo continúan siendo nuestros problemas, pero ¿cómo hacernos cargo de ellos cuando estamos insertos en el corazón mismo del sistema? ¿Basta la solidaridad, el intercambio desinteresado, la horizontalidad afectiva del trato? Claramente no, pero quizá, en este contexto, es el gesto mínimo del que podemos hacernos cargo.

Mientras tanto, lejos de las idealizaciones del propio marxismo, el sujeto Ramona continua siendo opaco a cualquier reflexión que podamos ensayar. Verla hacer un pausa de sus labores y descansar en el living de un loft todo culo de un patrón ausente, mientras escucha “Preludio a la siesta de un fauno” no hace sino acrecentar el misterio.

Bruno Grossi

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