En los últimos días vi varias películas que transcurren en prisiones. No fue absoluta casualidad. No fue sin casualidad. No me lo propuse pero una cosa llevó a la otra. En la primera de ellas, el comienzo de la serie digamos, un flash me pasó por la cabeza cuando uno de los personajes decía: el primer día es el peor. No. ¿Por qué no un día en el viaje más alucinante a las entrañas de la tierra? ¿Por qué no la maravilla ante una situación que jamás se volverá a repetir? Nunca volverá a ser el primer día en que entremos a una prisión. ¿Por qué no haberse extasiado con esos instantes únicos? ¿Acaso no vemos películas de prisiones para ver cómo es la vida allí adentro? Curiosidad no nos falta. Las respuestas de por qué son obvias (básicamente estaríamos llenos de miedo y odio) y así todo me vi entrando en una prisión no con alegría pero al menos con gran asombro. Me olvidaba de señalar que como en todo cuento de hadas el prisionero era inocente. Un cuento de hadas protagonizado por Tim Robbins y Morgan Freeman, quién, en palabras de mi sobrino de 14 años: es lo más parecido a Dios en esta tierra.
Una vez estuve en un calabozo. No pasó de una hora y no tuve ni idea de todo lo malo que podría haber pasado. Fue un intento de robo de unos canas que terminó en un secuestro. Un poco más claro: policías que salían a robar. Fue tan extraño el asunto que a veces creo que lo soñé. No voy a decir que lo disfruté, pero no tuve miedo, que nada tiene que ver con ser valiente. Como estar en un sueño con un poco de consciencia: esto no puede estar pasando. Fue un intento de robo que terminó en una especie de secuestro legal (quedé secuestrado en la comisaría) que incluyó un deja vú al estilo de Doce Monos, la película de Terry Gilliam con Brad Pitt y Bruce Willis. Tremenda película aquella. El asunto es que unos días antes del suceso me encontré en la calle con un amigo de la secundaria que me pregunta ¿te enteraste lo que le pasó al Chiquito de quinto sexta? (yo iba a un colegio tan grande que tenía once divisiones por año). No me había enterado y allí lo hice. Resulta que lo pararon dos tipos en Castelar con pinta de barra bravas, pero que eran policías (le mostraron una credencial) y le dijeron que se lo tenían que llevar para una unidad en Merlo por no se que irregularidad en los papeles del auto. Uno se subió al coche con él y el otro atrás. Lo llevaron y en un descampado por el lejano Oeste lo soltaron. Lo hicieron caminar y le dijeron si te das vuelta te quemamos. Cuando me lo contaban pensé que esa caminata debe haber durado siglos. Una semana después me paran dos tipos iguales. El deja vu. No me puede estar pasando pensé. O, ya se lo que viene porque todo esto lo viví. Y se subió uno al auto y otro atrás. En la barrera de Santa Rosa se armó una galleta como siempre y aproveché y me bajé del auto que dejé en medio de la avenida Rivadavia y empecé a los gritos de que me estaban robando. El tipo se bajó, mostró el arma y en efecto la credencial de que era cana y que era un procedimiento y que yo era un chorro. Así que terminé en la brigada de Merlo, que en verdad existía, en un calabozo. Todo el trayecto hasta allí fui esposado y con promesas de una gran paliza y más. Pero de algún modo estaba más tranquilo. No me iban a robar y hacer caminar por un descampado mientras me apuntaban con un arma. El pensamiento que podría haber terminado en una zanja fue algo que escondí bajo quinientas llaves por el momento. Fue todo muy rápido y alguien me protegió. En fin, salí rápido. No me fajaron como esperaba y apenas me amenazaron con un mes en Devoto por resistencia a la autoridad. Firmé papeles sin leer y como por magia aparecieron mis padres a quienes me entregaron. El pibe se asustó dijo el comisario jefe de la banda. En medio del alboroto en la barrera alguien me reconoció y había dado aviso. En verdad fue esta casualidad: en medio del alboroto apareció un compañero de la primaria (que no veía hacía muchos años) y yo le alcancé a gritar me llevan a Merlo, avisá a mis viejos. Por fin servía para algo vivir en un pueblo chico. También sirvió que grité que mi madre era abogada. Eran días en que pertenecer a la clase media podía ser un escudo.
Bueno, el primer día en prisión puede ser un descubrimiento, pero estoy de acuerdo que el segundo debe ser más bien un bajón. Y el tercero y así sucesivamente hasta el final de esta vida más vale miserable así que es mejor que exista la reencarnación.
El Budismo es válido, increíblemente válido en ese instante en que cabe la eternidad, en cuanto nos caemos al tiempo se va todo en banda. El único instante que recuerdo haber durado más que un suspiro fue el gol del Pity. Esa corrida duró años. Me dedico a veces al ejercicio del optimismo. Se puede. Se puede ver una oportunidad perdida en el dolor que muchas veces es autocompasión y exceso de importancia. Se puede hacer un cuento de hadas con gente que va a prisión y pasa allí media vida. Lo hizo Stephen King en esa película, justo él que ve pesadillas en todos lados.

PD: esta mañana después de escribir el post tomé un libro para este viernes en un impulso; El Kulterer de Thomas Bernhard. El Kulterer (es un apellido) es un preso, claro! El relato comienza así: ¨Cuanto más se acercaba el día de su puesta en libertad en el establecimiento penitenciario, tanto más temía el Kulturer volver con su mujer¨. Esta otra coincidencia me hizo recordar mi novela favorita de Cheever, The Falconer. Transcurre en una prisión por supuesto.

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