Linda Linda Linda, de Nobuhiro Yamashita

Quizás escribir sobre Linda Linda Linda no tenga mucho sentido teniendo en cuenta que tiene más de diez años y que no tiene más pasadas en este Bafici (aunque sí tiene más pasadas la nueva de Yamashita: La La at Rock Bottom, que aún no vi), pero qué gran película es, viejo; algo tengo que decir. Recuerdo haberla visto hace bastantes años en DVD, y poder verla ahora en 35mm en el Gaumont la agigantó en todo sentido y confirmó lo que pensé era sólo una deformación nostálgica: LLL es la película escolar más hermosa de todos los tiempos.

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Es una película mágica, y lo es en un sentido muy particular, porque logra transmitir esa sensación de que algo, que no es ni muy estridente ni muy dramático ni aparentemente transformador, se está volviendo un recuerdo emocionalmente poderoso. Y eso es muy difícil, muy raro. Esa alegría melancólica de estar viviendo y disfrutando algo pero sabiendo que es una frontera también a punto de ser traspasada, eso está en Linda Linda Linda. ¿Y cómo se transmite? ¿Dónde está todo eso? En los travellings acompañando a Kyoko recorriendo aulas vacías y saludando a compañeros que están ya un poco en otra; en la música que la acompaña (Jesús, qué buena música incidental tiene esta película, tan discreta y emocional al mismo tiempo); en las distancias pacíficas pero ya irresolubles con ex amigas; en las travesuras en las escuela de noche; en Kei compartiendo un jugo en una terraza con un personaje que no tiene mayor relieve en el resto de la película; en Son (interpretada por Du na Bae, la mejor de todas) gritando que “sí” desde cien metros para aceptar su ingreso en la banda mientras lleva unas cajas de vaya a saber qué cosa; bueno, en cada puto segundo de la película. Porque no hay nada que no sea al mismo tiempo gracioso, melancólico y adorable en LLL. Ojo igual, no adorable como en “cute”; no hay lugar acá para excentricidades estúpidas ni para personajes que hacen cosas “locas y libres”, así como tampoco hay lugar para el maltrato escolar, ni para los corazones rotos, ni para grandes dramas familiares, ni para gente que no creía en ellas pero después sí, ni para grandes sueños que se cumplen, ni para abrazos ni para “TKM, amiga” o cualquier otra pesada herencia del género. No. No hay nada más que el momento de una amistad, de un proyecto, de una felicidad que dura una semana quizás, pero que hace que el mundo se siga moviendo y uno no se quiera tirar desde un puente cada vez que se despierta.

“Hay una belleza que no se puede fotografiar” dice la letra de “Linda Linda Linda” (la canción), pero esa misma belleza quizás sí se pueda filmar. Y por eso existe esta película.

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