La vida útil, de Federico Veiroj

Por un momento me puso mal La vida útil. Esa cuestión de cómo dejar morir lo que amás. A todos nos pasó. Una bandita que ya no daba para más, un proyecto creativo que no terminaba de ser abandonado, una relación amorosa revivida artificialmente… Cosas muertas que uno insiste en que formen parte de su presente. Como el caballito de madera sobre el que canta Masliah en la película. Pero, ¿quién alguna vez no fue un Campanella intentando conservar todo tal como estaba aunque la realidad te gritara “¡Ya fue, man!”. No es verdad que a todo Campanella le llegue su Ricardo Darín como dice el saber popular (creo)… porque al final Darín nunca llega y su discurso conmovedor, para volver todo como estaba, tampoco. Y entonces te quedás sin nada, sin siquiera poder cagar a trompadas a Eduardo Blanco. Pero ya me fui por las ramas con la analogía, volvamos a La vida útil.

En La vida útil el caballito de madera es Cinemateca Uruguaya (así, sin artículo). Jorge, su administrador, procura mantenerla viva, criogenizándola. Pero todo en la cinemateca está viejo y oxidado. La gente, las películas, la tipografía de los carteles, los teléfonos. La vida de Jorge también está oxidada, viviendo con sus padres una existencia solitaria. Tanto Jorge como el director Martínez son parcos y parsimoniosos. Pero ojo, no es una parquedad bressoniana sino uruguaya. En Jorge hay mucho amor contenido y lo demuestra claramente cuando se pone a atornillar una butaca. También en Martínez, cuando intenta como puede desarrollar un monólogo radial sobre la formación del espectador.

En fin, sea Cinemateca, sea cierto cine o cierta manera de hacer, distribuir y exhibir cine…. algo de eso parece muerto hace rato. Todo lo bello tiene que morir y Jorge lo entiende. Primero llora un poco en un colectivo, pero después lo entiende.

Acá podía terminar todo. La Cinemateca muere, todos tristes, la vida es una mierda, todo se desvanece, chau. Sería el camino fácil de toda película independiente, pero La vida útil se escapa. Nada de eso ocurre y Jorge y la película se reinventan. Lo hermoso es que se reinventan al unísono, en un solo movimiento y lo hacen a partir de pedir prestadas… ¡formalidades del cine clásico! Jorge no se olvida de Cinemateca para formar una nueva vida adaptándose a los nuevos tiempos. Es cierto, cuando tiene que correr Jorge corre, pero lo va a hacer siempre a su modo y trayendo al presente todo lo que forma parte de su historia y de lo que ama; es decir trayendo a Cinemateca y viviendo sus aventuras, recitando sus parlamentos, al son de su música. Cinemateca no muere, sino que revive en Jorge y Jorge revive en Cinemateca. Pero ojo, siempre desde el presente y la invención, no desde la nostalgia campanellesca.

La vida útil es una grata sorpresa de la competencia internacional que nos muestra que el cine y la vida nunca mueren del todo. Una obra que reniega del pasado como tal para celebrar el presente. Y yo no sé si ustedes sabían pero el presente llegó… hace rato. ¿No lo ves, bo?

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