Cry Wolf

Manejar de noche por esa recta infinita que es la carretera del desierto es una experiencia de Realidad No Ordinaria. Los contornos ya difusos van desapareciendo, se pierden los puntos de referencia y hay que aferrarse a las líneas blancas punteadas como a un salvavidas, como instrucciones que vienen del más allá para caminar en un campo minado. El auto flota. Yo creo que en un momento se produce el salto y pasamos a la otra realidad. Mientras tanto el auto ya sin piloto comienza a dar un vuelco detrás de otro hasta quedar destrozado en la banquina polvorienta. Pero nosotros ya no estamos allí. Los bomberos y la policía solo encuentran un cuerpo irreconocible. Antes vi el atardecer a mis espaldas en el espejo retrovisor y muy a los lejos en el horizonte los destellos de una tormenta.

Otra experiencia del paso de una realidad a otra la tuve en Montreal una tarde de tormenta de nieve. Me cuesta decir la noche cuando eran las cinco. De la tarde. Una ciudad de un millón de habitantes que de golpe se queda en silencio absoluto. Se podía escuchar a los mapaches revolviendo la basura. Pero eso fue otra madrugada y en verano. Estoy confundiendo las cosas. Todo se detiene y solo se trata de la nieve cayendo. Mis huellas en la nieve. No se por qué me da ternura pensar en ellas (y cuando las pienso las veo). Aunque tal vez fueron otras huellas, en otra ciudad. Pasé un invierno en Butzbach, un pueblo a media hora de Fráncfort. Al final de mi estadía la tarde en que me llevaban para el aeropuerto por la autopista vi aparecer el sol entre las nubes y allí me di cuenta que hacía meses que no lo veía. Yo era feliz, pero. Si mi amigo Stephan se instaló en un pueblo perdido de Chile porque sí por qué no podía hacer yo lo mismo en Alemania. Una noche (una tarde) me tomé el tren a Wiesbaden para ver a Hood y escuchar en una sala para 50 personas a una de mis canciones favoritas: Houses tilting towards the see. Carolina vino a verme a Butzbach y creo que esas mismas huellas que a mi me hacen sonreír a ella la persuadieron de que había algo equivocado conmigo (habíamos visto muchas películas juntos como para que ella me preguntara: What’s wrong with you? pero no lo hizo y fue una lástima). Decidió sin embargo que no podíamos estar juntos. Tardamos 9 años más en separarnos y yo, durante el proceso, como para darle la razón me fui a Montreal donde hacía más frío y había más nieve. Aunque el sol después de las tormentas no podía ser más celeste y la atmósfera más diáfana. En Montreal vi a Lali Puna, a The Dears, a Stars, a Juana Molina y a Jason Molina antes de que se matara. También estuve en la puerta de un show de Arcadia Fire pero me fui a otro lado a último momento. En esa época me parecía un buen plan de vida viajar o vivir en ciudades para ver bandas en una mezcla de azar y necesidad. Llegar, abrir el diario local y descubrir qué se podía ver y hacer. Incluso buscar un empleo. Vi a Adem y a Mum. Años después en un amanecer en Corrientes vi un lobo. Un Aguará Guazú al costado del camino, la criatura más hermosa que he visto. Recuerdo una enorme melena roja, unas patas largas, un porte desgarbado y cómo con total tranquilidad desapareció caminando por el pajonal. Podría ya que salió el tema mencionar que me encantan las pelirrojas pero no sé bien si viene a cuento. Mientras manejaba el otro día hacia el fin de la noche pensaba que sería tiempo de que de una vez por todas emprendiera ese viaje que vengo posponiendo.

[fbcomments]

No comments yet.

¿Tenés algo para decir?