Llegué a Istambul en medio de una verdadera sudestada turca. Nubarrones bajos y púrpuras pasando como batallones, un cielo revuelto, el mar de color plomo. En verdad solo me aproximé a Istambul porque el viento me paró a 30 kilómetros de la ciudad. La tarde anterior de golpe me encontré en la puerta de una mezquita esperando a dos ciclistas que había conocido hacía un rato. Nos comunicábamos con tres palabras en inglés, señas y todo lo que sabemos de las personas. Encontré que me gusta esta situación de no entender absolutamente nada. Dos personas tratándose de entenderse así tiene algo de muy humano y primordial. La primera noche en República Checa fue genial. En un pueblito encontré una pensión arriba de un café. El tipo se puso a hablar, me mostró la habitación, me dio un montón de indicaciones y yo le respondía y asentía, él hablaba en checo y yo en castellano como si mantuviéramos una conversación. No entendíamos ni una sola palabra pero entendimos todo. Me fui a dormir pensando que había aprendido checoslovaco. En Bulgaria y Serbia comencé gracias a los carteles en la ruta a aprenderme el alfabeto cirílico y después cuando podía leer un nombre creía que entendía búlgaro. Era una sensación hermosa. Los tipos terminaron de rezar y continuamos pedaleando. Antes me invitaron un té en el puerto y me preguntaron si me gustaba el pescado y entonces le compraron a un pescador para invitarme más tarde. Más adelante en un parque la familia y otros amigos de ellos estaban asando y preparando un pic-nic. Nos sentamos sobre unas mantas y comimos sentados en el piso. Estaba muy rico. Las mujeres a un costado nos miraban de reojo. Eran musulmanes avanzados porque dejaban que las mujeres escucharan la conversación y se rieran. Un rato antes uno de los amigos agarró la bicicleta y salió andando. Estaban pasando cosas que yo no entendía me di cuenta después. Al rato llegó la policía en un furgón y se bajaron tres soldados que parecían nenes jugando a soldados. Pero eran armas que intimidaban y no querías tenerla cerca. Estaban nerviosos. No es lindo estar cerca de personas nerviosas con armas. Hablaron con los ciclistas y se fueron para donde estaba un tipo con su familia y un rottweiler. Discutieron un poco, el tipo sostuvo el perro por un rato pero después lo soltó. No parecía agresivo el perro. Pero un rottweiler es como una ametralladora. Te puede lastimar. El tipo fue y volvió varias veces hasta que se subió al furgón con los soldados y se fueron. Cuando lo hacía vi que tenía en la parte trasera del pantalón una 9 mm. De las que ves en las películas o cuando te asaltan en el conurbano. Las mujeres levantaron las cosas y nosotros seguimos pedaleando. Dije «problemas con el perro». Mi nuevo amigo dijo: «problemas con las personas». Como ver la escena de una película que no se termina de entender.

Días atrás había visto aparecer y desaparecer Samotracia. Primero se hizo visible cuando la luz del mediodía dejó de cubrir todo. Apareció allí de golpe y majestuosa. Ví la isla más tarde cubierta de la atmósfera rosada del atardecer y la vi desaparecer tragada por la oscuridad. Esa noche dormí frente al mar en una especie de plaza en un pueblo vacío. Abrí los ojos varias veces y vi luces distantes de pescadores. Cuando por fin desperté el cielo estaba naranja y comenzaba el día. El contorno de Samotracia empezó a dibujarse otra vez. Sonreí. Sí las islas pueden aparecer y desaparecer como no vamos a poder aparecer y desaparecer nosotros.

En el ferry que me traía de regreso luego de llegar a la desembocadura del Bósforo en las pantallas mostraban imágenes de los bombardeos turcos en Siria, Irak y Kurdistán. Nadie miraba en verdad. Los ferrys en el Bósforo yendo y viniendo de un lado al otro de la ciudad son muy cómodos. De Europa a Asia y viceversa. Ayer un tipo nos gritó a Félix y a mi que habláramos en turco. No hay turistas y mucha gente es amable cuando tiene la oportunidad, otra es indiferente.

Me fui de Estambul en medio de la noche con la ciudad vacía para los desvelados. Félix se despertó para pedirme un taxi porque no me animaba a dar su dirección en un idioma que no se puede ni pronunciar. Me voy de Turquía y ni aprendí a decir buen día. Encima de una colina y entre calles como un laberinto tampoco confiaba que el taxista llegara hasta el edificio, costaba subir caminando y vi autos más de una vez retrocediendo como toros buscando fuerzas para poder acometer con la embestida. Estambul Kiev NY Bs As. Nada mal. Tres países en guerra en un solo recorrido. El cuarto en guerra consigo mismo desde siempre. Félix pertenece a esa clase de personas de bondad innata que todos hemos encontrado alguna vez. Lo de bondad innata es mentiroso y complicado. Si hay bondad innata también hay maldad desde la cuna y eso no lo podemos permitir ni tolerar ni pensar. Pero personas como Félix hacen pensar que la bondad es una realidad eterna a la que algunos acceden. Con el padre de Félix fui a ver a The National en Stuttgart una vez. Antes del concierto paramos en un imbís turco y nos comimos un ensopado de mondongo, palabra que selló nuestra amistad. Cada tanto nos mandamos «mucho mondongo», expresión que representa nuestros mejores deseos y una concepción de la vida como fiesta.

Del último disco de Radio Dept me gusta mucho la última canción: Teach Me To Forget. Una canción agridulce como todas las de ellos aunque un poco más que de costumbre. Me he esforzado en muchos niveles por olvidar y ahora que está sucediendo me doy cuenta todo el terror que me provoca. Por eso, el «enséñame a olvidar/ sos muy buena para eso» es tan pero tan amargo. No se como sucedió pero la música disco pasó a ser sinónimo de nostalgia, no digo canciones específicas, digo un beat específico. Hay una inesperada escena en Ex Machina, la película sobre IA con un baile disco entre robots que parecen humanos. Robots que son bellas mujeres. Es una escena perturbadora. Hay otra escena parecida en una película de Claire Denis con soldados. Bailar solo como acto de liberación pasó a ser lo que tal vez era: un acto de soledad. Teach Me To Forget va terminando con un crescendo de ese beat. El beat sordo lo toma todo y va erosionado las palabras hasta que no queda nada, solo un martilleo rítmico. Una vez Carolina saltó del subte en movimiento cuando fuimos a ver a Plastikman. Otro acting out de los tantos que tenía a menudo. No hacía mucho que la conocía.

En el aeropuerto de Kiev cuando estaba por subir al avión me volvieron hacer pasar por seguridad y chequearon con una minuciosidad que me hizo sentir halagado. En la costa del Bósforo tuve una distinción parecida cuando en un bar estilo Costa Azul nadie se dignó a atenderme. Estaba en bermudas y había llegado en la bicicleta que muy orgulloso había dejado junto a un bote. No puedo entender a los que se mueren por entrar a lugares donde no los quieren.

Por la noche volamos sobre Venezuela, imagino que serían las afueras de Caracas. Las luces allá abajo no se diferenciaban mucho del mapa en la gran pantalla del Boeing. Todo el mundo dormía. O la mayoría. Volví a salir seleccionado con una registro exhaustivo al pasar por la seguridad del aeropuerto Kennedy. Lo de Kiev no fue nada. Supongo que no es casualidad viniendo de Turquía y Ucrania. Estuvo muy bien que me saqué la barba de tres meses. Nadie entiende bien porque tengo tantos teléfonos. It´s a lot of stuff me dijo el vigilante.

Con el avión dormido vi Captain Fantastic. Y sí, lloré. Una escena hermosamente triste de Viggo aferrado a su mate junto al fuego como al hilo delgado de la vida. ¿He corrido en verdad algún peligro salvo los de la imaginación? ¿He tomado algún riesgo? Siempre caigo parado. Muy bien parado. El mar indomable, las fronteras violentas, el terrorismo y las bombas no fueron tales. Un teléfono roto, un poco de frío y un sobresalto en un semáforo en Bulgaria. Un turco que nos gritó que habláramos su idioma. Los camiones pasando muy cerca. Eso fue lo más peligroso. ¿Pero por qué debiera ponerme en riesgo?

En los aeropuertos, tanto en Kiev como en NY, homenajes fotográficos – estilizados – a soldados.

Woodland de los new hippies Paper Kites, Open de André Agassi y un estado afiebrado el día de la llegada. Buenos Aires.

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