Christelle Lheureux fue jurado en el BAFICI 12, donde también presentó dos de sus películas: Un sourire malicieux éclaire son visage (2009) y Non ricordo el titolo (2008), dos obras que apelaban a nombres prestigiosos de la historia del cine (Hitchcock, Rossellini, Antonioni) para crear ingeniosos productos audiovisuales, siempre deudores del videoarte y la instalación museística y en deuda con el cine. Lheureux es, entre otras cosas colaboradora y amiga –suponemos- de Apichtapong Weerasethakul, quien además aparece entre los agradecimientos de esta, su por ahora última película: La maladie blanche (2011) estrenada mundialmente en el prestigioso festival FidMarseille.

La maladie… transcurre en un pequeño pueblito francés llamado Argot-Dessus, el tipo de lugar al que últimamente el cine moderno nos tiene acostumbrados. A poco de comenzar escuchamos la canción Clandestino de Manu Chao (para quien esto escribe, motivo suficiente para abandonar la proyección de cualquier película, pero como más adelante también se escuchan Alphaville y Joan Jett, mejor sigamos. Eso sí, es música diegética…o sea…). Lo que nos ubica inmediatamente en el clima de festejo que se está viviendo en este lugar, aunque quizás simplemente se trate de un sábado por la noche. Lo que sigue son pequeños momentos, escenas, de parejas y gente conversando, niños alrededor de una fogata jugando a las sombras chinescas. Y un padre y una niña a punto de irse a dormir, quienes derivarán en la parte más importante de esta corta película de poco menos de una hora. Quizás la más alejada de recursos ingeniosos en la obra de Christelle, al menos de las que tuve la oportunidad de ver. Sin embargo hay algo que no funciona o mejor dicho, funciona perfectamente dentro de la lógica de la película y al hacerlo produce cuestionamientos.

Últimamente este tipo de cine, ¿de búsqueda?, ¿artístico?, suele tener una seguridad y una confianza en sí mismo a prueba de todo, y esto sólo genera sospechas. Algo que parece ya visto y redundante en su cuidada estética, en sus escenas bucólicas con niños y aldeanos, en su búsqueda de momentos epifánicos, en su bello blanco y negro digital, y en, otra vez aquí, la aparición de un animal (ya un recurso y lugar común, teniendo en cuenta películas recientes y de este mismo BAFICI -trataremos de ampliar en futuras entregas-). Como si se tratara de un cuento para niños trasladado a la pantalla en forma de documental arty. Pero tampoco se trata exactamente de esto. Al menos, no del todo.

Un cine que, como escribió alguien, busca más un estilo que una estética. Lheureux hace desaparecer la presencia del artificio en sus imágenes y logra así, que su truco sea más limpio y eficiente que en sus anteriores obras.

Y hablando de cuentos para infantes, recuerdo una canción que me cantaban de niño que habla de un accidentado Pinocho al que no podían ayudar en el hospital ya que, decía cruelmente un personaje de la canción: “todo esto será en vano, le falta el corazón”. Quizás el problema de esta película sea ese, la falta de corazón.

Pero escribo esto y me doy cuenta que quizás está mal reclamarle a una película tener corazón o provocar sentimientos, algo visto por casi todo el mundo como la única finalidad del cine. El problema sigue siendo qué se espera o qué se le pide al cine hoy en día. Lo que La maladie blanche ofrece, se parece mucho a un mainstream dentro del cine para festivales. Una película que se dedica a utilizar y acumular formas y recursos ya probados. Casi una nueva forma de cinema de qualité.

M.A.

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